Historia de los Pactantes Escoceses

Por J. C. McFeeters

Tabla de Contenido:

Capitulo 1 Capitulo 2 Capitulo 3 Capitulo 4 Capitulo 5
Capitulo 6 Capitulo 7 Capitulo 8 Capitulo 9 Capitulo 10

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Capitulo 1


La Tierra de los Pactos


mapa de Escocia

Toda historia es interesante y mucho de ella es inspirador. Escocia provee una medida amplia de éste tipo de historia, que despierta el alma y que apela a las facultades por las cuales la vida se transfigura con cierto decoro imponente.

La historia produce sus mejores resultados cuando usamos nuestras mejores capacidades en seguir sus senderos. Que el genio creativo, que la imaginación sana, se empleen en restaurar los panoramas de tiempos pasados, mezclándose con la gente y participando en sus esfuerzos sublimes; entonces será cuando la página silenciosa de la historia se volverá en un mundo de actividad emocionante. De esta manera procuremos aquí seguir la cadena de eventos que dieron a Escocia dos Reformas y una Revolución. Mantengamos nuestra perspectiva amplia reviviendo generaciones pasadas y asociándonos con los padres Pactantes, quienes, en su fidelidad a Dios y lealtad a Jesucristo, fueron como la zarza ardiendo, envuelta en fuego pero que no se consumía.

Escocia – el nombre mismo despierta los recuerdos más agradables, revive los panoramas más sagrados, impulsa con vigor y vida las conexiones mas tiernas. Escocia – encantadora en sus romances de amor, poderosa en sus luchas por la libertad, conmovedora en sus padecimientos por Cristo y gloriosa en su constante renovación de su Pacto con Dios – Escocia en muchos aspectos es incomparable entre las naciones. La Iglesia Pactante de Escocia, resurgiendo del desierto recostada sobre su Amado en una dependencia sacrosanta y con una fe indomable, entre tanto que cielo contempla con asombro – ¡Qué cuadro tan hermoso, tan instructivo, tan inspirador!

Extendiéndose desde las fronteras del norte de Inglaterra, Escocia empuja sin ningún orden sus orillas rocosas en el profundo mar por sus tres lados. Sus precipios duros, resistiendo las olas interminables, enseñan a su pueblo la lección de vigilancia constante y de valor invencible.

En este país los días de verano son largos y placenteros, los ecos de la noche perduran hasta que despunta la voz del amanecer. Los días casi se entrelazan los unos con los otros, a duras penas el alba abandona el cielo azul. El invierno revoca este orden, recortando el curso del sol y apresurándolo a ocultarse en las cumbres de los montes. Las tormentas aman la larga noche; los vientos se elevan y ciernen los tesoros del granizo y de la nieve sobre montes y praderas.

Escocia contiene aproximadamente 30.000 millas cuadradas y 4. 000.000 de seres humanos. Sus orillas, en especial las del occidente y del norte, se encuentran bellamente rodeadas con lagos y pliegues embravecidos del mar, haciendo la costa vívida e indescriptible. La superficie es mayormente montañosa y áspera, presentando a la vista natural un panorama, que por su hermosura y magnificencia es incomparable. Por las montañas, neblinas se forman de repente, espesas como nubes de aguaceros. En cierto día se nos señalo cierto monte donde, se dice, que Alexander Peden era perseguido por los 'dragoons' [soldados], pero encontró refugio en el corazón de una gran neblina, que él mismo le llamó «el regazo del manto de Dios.»En respuesta a sus oraciones encontró así seguridad en lo oculto del Altísimo; el cielo pareció tocar la tierra donde se arrodilló sobre el césped remojado.

Estos campos montañosos proveen pasto abundante para rebaños numerosos de ovejas. He aquí el paraíso de un pastor, quien, con su perro y con su bordón, guarda vela con cuidado. Mientras que el ceño del monte está emblanquecido con neblina, comúnmente sus mejías están coloradas con arbustos y su pecho reverdeciente con sus pastos. Estos colores correspondientes son muy placenteros a la vista, mientras que lo sublime de todo esto ennoblece el corazón.

Muchos lagos panorámicos se acurrucan entre los montes, en cuyas aguas plácidas se refleja el cielo en los cambios brillantes del día y de la noche. Poetas y novelistas se han servido de estas aguas con sus islas y hondas ensenadas para relatar las historias de amor y las tragedias de la guerra. Castillos, algunos en ruinas, otros preseverados excelentemente, se esparcen en el país de mar a mar, invistiendo las cumbres prominentes, y relatando sobriamente la época de luchas salvajes y vidas corriendo riesgos. Ciudades esplendidas, pueblos frugales y casas campestres modestas catalogan las condiciones presentes prosperas y pacíficas. La industria, inteligencia y dicha de la gente por doquiera se notan. Iglesias, escuelas y colegios numerosos testifican del alto nivel de civilización cristiana, que a través de las labores y fidelidad de los padres han llevado la generación presente a una prominencia envidiable.

El clima es placentero y saludable. La aspereza del invierno es mitigada por los arroyos del océano que vienen del sur; el calor del verano es reducido por las altas elevaciones y por las montañas. Con todo el Señor ha bendecido el país célebre con ventajas excepcionales de recursos naturales para producir una raza indomable y productiva. Parece que hay algo en el ambiente que ha impartido a la gente cualidades de mente y de corazón más allá de lo común. A través de los siglos han escuchado al sonoro profundo del mar, contemplado la majestad de las montañas, meditado en la soledad de las llanuras, guardado vigilias sobre sus rebaños en los campos, labrado con sudor la tierra áspera; y así crecieron solemnes, vigores, nobles e invencibles; llegaron a ser un pueblo distinguido.

Pero por encima de todo esto, Dios en las épocas tempranas les dio las Sagradas Escrituras, y la Verdad los hizo libre. Desde el amanecer de la evangelización de Escocia siempre ha habido un grupo y a veces un ejército, cuyo corazón Dios tocó, cuyas vidas envolvió con fuego del celo por Cristo y por sus derechos como Rey. Comprendieron el significado de la Palabra de Dios, escucharon Su voz llamándolos a su luz admirable, y vivieron en el resplandor de Su presencia aterradora. Se sostuvieron sobre el fundamento sólido del Libro infalible, y se volvieron fuertes como el duro pedernal en sus convicciones de la verdad y de lo recto. ¿Cuánto de este duro pedernal escocés se manifiesta en la fe y en la firmeza de la generación presente?

La herencia incomparable que hemos recibido de nuestros padres Pactantes, una herencia de verdad, de libertad y de ejemplos sublimes, debería inspirarnos más que los panoramas más majestuosos de la naturaleza. Nuestros ojos deberían estar abiertos a la importancia moral de las condiciones presentes. Deberíamos estar despiertos a las obligaciones importantísimas que nos han sido transmitidas por los padres a sus hijos. Llenos con el espíritu y con el poder del Evangelio de Jesucristo, y entusiasmados en nuestra obra para Dios, deberíamos emplear nuestras fuerzas en el servicio de nuestro Señor Jesucristo, luchando para traer a todo pueblo a un Pacto con Dios. Una relación a través de Pactos es el estado normal de una sociedad humana.


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Capitulo 2


El Campo de Batalla del Presbiterianismo

– 200 d. C.


El comienzo de la evangelización de Escocia precede la historia. Los registros fallan en dar satisfacción en cuanto a la introducción del Evangelio en esa hermosa tierra. Las ruinas de numerosos altares de piedra dan un testimonio sombrío de la adoración idólatra practicada por sus primeros habitantes. Estos son conocidos en la historia como los Druídas. Sus reuniones las llevaban a cabo en bosques, y hay evidencias que ofrecían sacrificios humanos a sus dioses. El roble era tenido por ellos como un árbol sagrado, y el muérdago 1 cuando crecía sobre el era adorado. Así la tierra de nuestros antepasados, épocas lejanas, se hallaba sin ningún rayo de la luz del Evangelio. El pueblo se hallaba asentado en tinieblas, en la región y sombra de muerte.

En los primeros tres siglos de la era cristiana, las persecuciones sucesivas en Roma expulsó muchos cristianos de ese centro del Evangelio, para peregrinar por todas las direcciones del mundo. Sufrieron destierro por la causa de Cristo. En sus peregrinaciones se volvieron grandes misioneros. Amaban a Jesucristo más que sus propias vidas, y su religión más que sus propias casas. Por ellos, el Evangelio fue llevado hasta los confines de la tierra. Parece ser que algunos de ellos inmigraron a Escocia trayendo a esa tierra la luz de un nuevo amanecer que acarreaba tormentas en su seno, y después de las tormentas, paz, quietud, prosperidad, civilización cristiana – una herencia de luz y de libertad que no tiene comparación alguna en la historia. Entre tanto que estos testigos de Jesucristo declaraban la historia redentora del amor de Dios y de la muerte de Cristo, el Espíritu Santo descendía con poder obrando maravillosamente sobre la gente. De buena gana creían la palabra fiel, «Cristo Jesús vino al mundo a salvar los pecadores.»

En siglos más tarde las comunidades evangelizadas se desarrollaron en una Iglesia organizada, con doctrina, adoración y gobierno basados en la Palabra de Dios. Estos cristianos primitivos fueron cuidadosos en preservar la sencillez apostólica, pureza, costumbre, y sustancia de la adoración a Dios. La Infalibilidad de las Escrituras, la Deidad de Cristo, los Salmos inspirados para ser cantados, y la forma presbiteriana de gobierno, fueron fundamentales en la fe de la Iglesia de Escocia desde su juventud. En su primer amor se presenta sumamente hermosa, saliendo del desierto con su mano asida firmemente en el Señor Jesucristo, su misericordioso Redentor y poderoso Protector.

La Iglesia de Escocia en ese entonces era conocida como la Iglesia de los Culdeos. En la isla de Iona tuvieron un seminario floreciente. Todavía permanecen sus ruinas.

Sin embargo la Roma papal pronto rastreó esta viña, con sus racimos ricos y maduros de uvas. Embajadas fueron enviadas a estos hijos de luz para ganarlos al papado. Pero rehusaron, ellos habían gustado de la libertad y dicha en Cristo. De esto se siguió un combate largo y sanguinario, terminando en la represión aparente de la fe Protestante en el siglo doce. Los ministros en general, bajo la severidad de una persecución prolongada, rindieron su libertad y se volvieron siervos del pontífice de Roma.

Sin embargo siempre hubo algunos que resistieron el cruel conquistador. Siempre se hallarán los excelentes de la tierra en su valor inegociable, cuando el resto de los hombres se estén ofreciendo baratos en el mercado. Estos excelentes de la tierra tenían el valor para retar papas y reyes, quienes se atrevían arrebatar el poder de los derechos de Cristo como Rey. Ellos creían que Cristo era la Cabeza de la Iglesia, y estaban dispuestos a poner sus vidas antes que sus convicciones. La doctrina de la Supremacía de Cristo estaba encarnada en estos nobles, y llegaron a ser indomables en su defensa. Así como las piedras de granito (bajo cuyo refugio adoraban) que resistían las sacudidas del invierno, así también estos hombres indómitos resistieron las tormentas de persecución. Para ellos, la soberanía de Cristo sobre la Iglesia y sobre la nación les era de mayor valor que la misma vida. Ellos vieron la gloria de Dios investida en está verdad fundamental, como también el honor de Jesucristo, y la libertad, pureza, y conservación de la Iglesia. Ellos consideraron la preeminencia del Señor Jesucristo digna de cualquier sacrificio. Padecieron cadenas, prisiones, destierros y esclavitud, torturas y muerte por esta causa. Su sangre humedeció el musgo de las praderas y la floresta de las montañas. Miles y diez miles de los hijos más nobles y de las hijas más castas de Escocia dieron sus vidas de buena gana a favor de la doctrina contendida de los derechos de la corona y supremacía de Cristo como Rey. Entre tanto que esto soldados valientes de la cruz caían, sus hijos se levantaban, y, arrebatando la bandera del Pacto enrojecida con la sangre de sus padres, la cargaban desafiantemente a través de la línea de ataque de la batalla feroz.

Finalmente la victoria coronaba la causa de los mártires, extendiendo sus alas inmaculadas sobre los campos enrojecidos, los cuales en nuestros días rinden una cosecha rica de dicha y prosperidad. De esa gran lucha hemos heredado la libertad civil y religiosa, que hoy día es la gloria máxima de la Gran Bretaña y de América.

Pero las victorias de nuestros antepasados no han terminado: sólo nos han situado en una posición para continuar la lucha, hasta que todo el mundo sea redimido de todo sistema de falsa religión y autoridad déspota. Aún queda mucho terreno para conquistar. Alentados por su noble ejemplo y animados por su éxito, deberíamos avanzar hacia adelante en la misma causa, para la gloria de Cristo y salvación de las almas. ¿Cómo podemos titubear? Grandes obligaciones y responsabilidad han descendido de los padres sobre nosotros como sus sucesores; generaciones futuras dependen en nuestra fidelidad.

1 muérdago,- un arbusto parásito que crece en árboles.


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Capitulo 3


Algunos de los Primeros Mártires. – 1200 d. C.


La jerarquía de Roma, habiendo conseguido apoyo en las orillas de Escocia, avanzo despiadadamente para alcanzar supremacía. Finalmente la religión del papado prevaleció. Las alas negras de la apostasía, como de un ave siniestra, se extendieron de mar a mar. Tinieblas espesas cayeron sobre Escocia. El siglo trece fue la medianoche espantosa, durante la cual el pueblo dormía inútilmente en las garras de una pesadilla aterradorizadora. Reyes se unían con sacerdotes para aplastar todo aquél que imponía su derecho adorar a Dios con una conciencia libre. La Biblia fue condenada oficialmente y quemada públicamente; cualquiera que la leía se le consideraba como crimen digno de muerte. ¡Pobre Escocia! ¡Lastimerosamente abrumada por las aguas acongojadoras de la adversidad!

La providencia de Dios es incomprensible. Nos asombramos y nos abatimos cuando buscamos razones. Los círculos de Dios son amplios; no podemos captar Su distancia. Sin embargo sabemos que todas Sus obras son hechas en verdad y en justicia. Las ruedas del carruaje de Cristo nunca se vuelven atrás. Parece que el progreso retrocede cuando se procura atravesar los lugares ásperos, pero esto es un engaño. En cada caso semejante las operaciones inexplicables de la providencia son una simple preparación para avanzar. La gran obra de redención prosigue hacia adelante a través de todas las etapas hasta llegar a la perfección. Las tormentas que se estrellan contra la inminente primavera no detienen la llegada del verano con sus cosechas abundantes y cánticos de alegría.

La luz del Evangelio parecía haber sido extinguida bajo la marea furiosa de la corrupción del papado. Pero aún había hombres y mujeres íntegros aquí y allá, quienes adoraban piadosamente a Dios según Su Palabra. Su hogar era su iglesia. Quizás hubo muchos en esos días arraigados profundamente en la fe, pero por la mayor parte permanecieron ocultos. El darse a conocer como un seguidor fiel de Cristo ponía la vida en peligro. No muchos tenían el valor para publicar sus convicciones. Sin embargo hubo algunos que se levantaron en la majestad de madurez redimida y confesaron a Jesucristo, dando testimonio a su verdad en desafío a los poderes de las tinieblas. Para ellos la verdad era mucho más dulce que la misma vida.

John Resby se registra como uno de entre los primeros testigos, quienes fueron señales y presagios de una reforma gloriosa para Escocia. El fue una voz que clamaba en el desierto, proclamando la soberanía de Cristo sobre la Iglesia y denunciando al Papa que reclamaba ser el representante del Señor Jesucristo. Pronto fue callado por muerte en la hoguera. Esto ocurrió en 1407. El espíritu de libertad religiosa fue de esta manera aplastado y desapareció por veinticinco años.

Paul Craw fue el siguiente en ser elevado a un lugar de prominencia por el poder del Evangelio, lanzado a la esfera pública por la valentía de sus convicciones. El Espíritu del Señor vino poderosamente sobre él. Su amor por la verdad del Evangelio lo llenaba de repugnancia por los errores de la iglesia de Roma; su compasión por las almas lo transportó al combate por la libertad de estas. él dio un testimonio enérgico contra la idolatría de Roma, contra las oraciones a los santos, y contra el confesionario. Por esto fue sentenciado a sufrir en las llamas de la hoguera. Su martirio ocurrió en 1432.

Patrick Hamilton fue otro héroe distinguido en este tiempo de tinieblas. Casi paso un siglo entre éste y el último mártir que acabamos de mencionar. Indudablemente aparecieron luces menores, porque el registro de seguro no puede completarse. La nieve de invierno y las lluvias de verano muchas veces cayeron sobre brazas aún vivas, donde huesos carbonizados y nombres ilustres de mártires ahora han sido olvidados, y el verde pasto anual cubre los suelos sagrados del conocimiento de hombre. Hamilton fue un joven educado y elegante, y según la mentalidad de este mundo tenía un porvenir prometedor. Sin embargo, el Señor le mostró «el camino, la verdad, y la vida,»y su alma se enardeció con el amor de Dios. El tuvo todas las cosas «como perdida por la excelencia del conocimiento de Cristo.»Su entusiasmo lo transportó enérgicamente a la controversia contra los enemigos de su Señor, y ganó para él los honores de un noble mártir. Entre tanto que las llamas saltaban a su alrededor en la hoguera, su voz se elevó tranquila y clara al aire fresco invernal, exclamando, «¿Hasta cuando, Oh Señor, las tinieblas cubrirán este reino? ¿Hasta cuando dejarás que corra esta tiranía de hombres?» Este hombre fue sacrificado en 1528.

La luz estaba surgiendo, el tiempo de la primavera se acercaba, las lluvias tempranas de la gracia de Dios estaban cayendo sobre Escocia. Ahora vidas piadosas brotaban abundantemente como flores en la pradera. Estas tienen que ser desarraigadas en montones, pensaron los de la religión de Roma, o si no el pueblo, obteniendo luz, arrojaran de si mismos la religión del Papa y estarán libres para adorar a Dios según Su Palabra. Durante los pocos años que siguieron muchos fueron condenados y ejecutados por su fe.

Helen Stark merece ser recordada con todo honor. Ella y su esposo fueron sentenciados a morir por su fidelidad a Jesucristo. Ella suplicaba por el pobre consuelo de su esposo moribundo, rogando que las llamas que consumirían su carne también consumiesen la de ella. El privilegio se le negó. Ella se mantuvo a su lado mientras que el fuego terminaba su obra, y el carruaje de fuego llevaba su alma al cielo. Ella le infundió ánimo para soportar las agonías valerosamente y glorificar a Dios. Cuando su vida había partido de su cuerpo tembloroso, ella fue empujada a un lado y arrojada a una laguna de agua profunda. Retrayendo un bebé de pecho cálido a donde jamás volvería descansar, lo dio a una mujer que estaba cerca, entregándolo al Padre amoroso de los huérfanos. Luego fue sumergida en el agua donde la muerte pronto acabo con sus penas. Este martirio fue en 1543.

George Wishart surgió por este tiempo en el espíritu y majestad del Señor Jesucristo, manifestando el estandarte de la verdad con una fe invencible. Su corazón era sincero, limpio, joven, y fragante como el corazón de un capullo, por la presencia interna del Espíritu de Dios. Su vida fue admirablemente cautivadora. Su elocuencia fue angelical; sus labios habían sido tocados con un carbón vivo del altar de Dios; su alma enardecía con el Evangelio. El era reanimado con revelaciones transfiguradotas de Cristo y de Su verdad redentora. El era una antorcha que alumbraba y brillaba. La luz que derramó fue demasiado radiante para durar largo tiempo en esos tiempos peligrosos. Los cardenales, prelados, y sacerdotes consultaron unidos para derribarlo. De repente cayó en sus manos y su muerte fue determinada. No tardaron en arrojarlo a la pira donde las llamas una vez mas hacían su obra, y otra alma fiel se presentaba ante el Trono, lavada en la sangre del Cordero, con ropas blancas, regocijándose en la victoria alcanzada a través de Jesucristo. Cuando estaba en la pira, su ejecutor le rogaba que lo perdonase. Wishart beso la mejilla del ejecutor, diciéndole, «Adelante, he aquí una muestra de que te perdono; cumple con tu oficio.» Uno que estaba cerca le dijo, «Ten ánimo.» El respondió, «Este fuego atormenta mi cuerpo, pero en ninguna manera deprime mi espíritu.» Esta ejecución se llevó a cabo en 1546.

El éxito de la vida no se mide por los años que vivimos, sino por nuestra lealtad a Jesucristo y el servicio en el Evangelio; el vigor de nuestra fe, la salud del alma, la grandeza del corazón, y la intensidad de la luz resplandeciendo de una personalidad irradiando con la presencia y gloria de Jesucristo.

¿Estamos cada procurando hacer que nuestras vidas resplandezcan, triunfen, se enriquezcan y se aseguren de la recompensa, a través de nuestros diligentes esfuerzos en traer a otros a que participen de las bendiciones del Evangelio de Jesucristo?


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Capitulo 4


John Knox en el campo de batalla. – 1547 d. C


«La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia.» Este dicho escarlata es una verdad imponente. «Si seguís quemándolos,» dijo en manera poco corriente uno que había presenciado los efectos sobre la opinión publica del martirio de George Wishart, «quemadlos en vuestros calabozos, pues el humo infecta [atrae] a todos los que alcanza.»

John Knox era para ese tiempo un joven que se estaba preparando para servir en el sacerdocio de Roma. El llegó a conocer a Wishart y a sentir el ardor de su corazón radiante y el vigor de su compañerismo inspirador. Knox fue un hombre dotado con habilidades naturales eminentes acompañadas con una buena educación. Era reconocido como uno que sería un valeroso campeón en cualquier lado que tomase. Dios fue rico en misericordia para con Escocia cuando hizo que el Evangelio resplandeciese en el corazón de Knox, dándole «la luz del evangelio de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.» Su intelecto imponente, por el estudio de la Palabra de Dios, abrazó la gloria renaciente de la Reforma, como cuando una montaña abraza los primeros rayos del sol que está saliendo. El rompió con todo lazo que lo ataba con el papado, y entró en la libertad de los hijos de Dios en el poder del Espíritu Santo.

Cuando Knox recibió su primer llamado para ser pastor, se vio abrumado con ansiedad ante la responsabilidad enorme de predicar el Evangelio. Se mantuvo atónito, pero no podía rehusar. Su humildad y la humillación de si mismo lo prepararon, por medio de la gracia del Señor Jesucristo, para confrontar las alturas de poder y honor que raras veces alcanza cualquier ministro. Desde ese día crucial dedicó todas sus energías de cuerpo y alma en la predicación de la Palabra de Dios. Sus servicios públicos se extendieron por un cuarto de siglo.

Este hombre poderoso de gran valor se lanzo inmediatamente a lo más espeso de lucha contra el Romanismo. El dio el golpe contra la raíz del mal. En vez de disminuir el vigor con ritos, ceremonias, y la perversión de doctrinas, el valerosamente retó todo el sistema del papado afirmando ser el Anticristo, y al Papa como «El hombre de pecado.» En su estima la Iglesia de Roma era Iglesia caída y se había convertido en «La Sinagoga de Satanás.» El se lanzó al campo de batalla vestido con toda la armadura de Dios empuñando la espada del Espíritu con destreza y resultados formidables. El secreto de su poder yacía en la oración. El sabía cómo luchar con Dios en la oración y prevalecer como un príncipe. La reina gobernante, quien en esos tiempos controlaba las fuerzas del gobierno a su gusto, dijo, «Tengo más miedo de las oraciones de John Knox que de cualquier ejercito de diez mil hombres.»

El mismo nombre de Knox era suficiente para sobrecoger con terror el corazón de sus enemigos. En una ocasión, habiendo estado en Ginebra por algún tiempo, regreso inesperadamente. Entre tanto un número de ministros reformados, que habían sido arrestados por predicar contra el papado, estaban por ser juzgados. La corte se había reunido y estaban ocupados en los actos preliminares. De repente un mensajero entró apresurado y sin aliento al ayuntamiento de justicia, exclamando, «¡John Knox! ¡John Knox ha llegado! ¡Anoche durmió en Edingburgo!» La corte se quedo atónita e inmediatamente fue aplazada.

La vida de Knox muchas veces estaba en peligro. Una vez mientras leía a la luz de una vela sentada en su cuarto le fue disparado un tiro desde la calle a través de la ventana. El tiro entró sin hacerle ningún daño dándole a la vela.

En cierta ocasión recibió una petición de predicar en una ciudad que se consideraba un baluarte del romanismo. Aceptó, alegre por la oportunidad, sabiendo también del peligro. El arzobispo de la ciudad, teniendo un ejército a su mando, le envió a Knox una advertencia, diciendo, que si predicaba, los soldados recibirían órdenes de dispararle. Sus amigos le rogaban que no fuera. El les respondió, «En cuanto al temor del peligro que me pueda venir ninguno se preocupe, pues mi vida esta bajo el cuidado de Aquel cuya gloria busco. Yo no deseo la mano ni el arma de cualquier hombre para que me defienda. Todo lo que pido es audiencia, la cual, si se me niega aquí y ahora, debo buscarla más allá donde pueda encontrarla.» Salió y predicó y regresó sin ningún daño. Su gran valor se infundió en el corazón de otros, y una multitud de hombres indomables se sostuvieron firmes con él en la lucha a favor de la libertad y de la conciencia, que sin temor alguno él defendía. Toda vida sublime es una fuerza poderosa para levantar a otros en la misma región de acción saludable.

El trono de Escocia, con su sistema gubernamental, estuvo contra Knox todos sus días. La reina María estaba resuelta en mantener al pueblo sujeto a su voluntad déspota. Knox tuvo varias entrevistas personales con ella, arriesgando su vida para hablarle abierta y solemnemente, aplicando la Palabra de Dios a la vida y consciencia de ella. En cierta ocasión, mientras protestaba contra su furor perseguidor, le dijo, «Aún así, señora dama, si aquellos que están en autoridad, les da un ataque de locura y matan a los hijos (quienes son sus súbditos) de Dios, la espada puede arrebatarse de ellos, y aún pueden ser encarcelados hasta que recuperen su dominio propio.» La reina se quedo atónita mientras que su rostro cambiaba de color, pero no tenía poder alguno para hacerle daño.

Mientras que John Knox vivió, la Iglesia de la Reforma creció en una manera rápida y llegó a ser imponente en números e influencia. La primera Asamblea General se llevó a cabo en 1560, teniendo 6 ministros y otros 32 miembros, 38 en total. En 1567, solo siete años más tarde, la Asamblea numeraba 252 ministros, 467 lectores, y 154 exhortadores [predicadores laicos]. Esto, también, fue en un tiempo de angustia las condiciones eran adversas, y la oposición era muy poderosa. ¿Cuál fue la causa del éxito? «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.»

La Iglesia contendía por la supremacía del Señor Jesucristo, aún hasta la muerte.

La Iglesia proseguía sin desviarse el curso que se le señaló en la Palabra de Dios, en doctrina, en adoración, y en disciplina, sin importarle el costo y sin temer las consecuencias.

La Iglesia rehusó ser guiada por la sabiduría humana o por métodos pérfidos o traicioneros (ya fuese para ganar números o para obtener gracia), sino que dependía para su éxito en la sabiduría que viene de arriba.

La Iglesia procuró glorificar a Dios con sencillez de fe, santidad de vida, pureza en la adoración, y lealtad al Señor Jesucristo. De esto procedió su fuerza indomable, los logros maravillosos, las magnificas victorias, y el crecimiento sorprendente. ¿Acaso la Iglesia de Cristo no obtendría semejantes cosas si siguiese el mismo curso de fidelidad en nuestros propios tiempos?

John Knox murió en 1572, a la edad de 67 años. Sus últimas palabras fueron, «Ven, Señor Jesús, dulce Jesús; recibe mi espíritu.» El fin de su vida fue paz.

¿Procuraremos imitar a Knox en la oración, en el valor, en la abnegación, y en la sencillez de corazón? ¿Acaso su ejemplo no nos será una inspiración para trabajar con fe y con fuerza, para edificar la Iglesia y extender el Reino de Jesucristo? Knox fue grande porque fue humilde y confió en el Señor. El mismo camino aún está abierto a todos aquellos que quieran hacer cosas grandes para Dios. La humildad, la oración, la fe, la actividad, al valor, el honor, la gloria - estos son los paso sucesivos hacía arriba. Aún hay lugar en esos sitios de honor. El sitio de John Knox parece estar vacío. ¿Quién lo llenará? ¡Qué oportunidad para los jóvenes para que pongan en acción sus facultades más nobles!


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Capitulo 5


Piedras de Fundamento.– 1550 d. C.


Durante la primera mitad del decimosexto siglo la iglesia luchó vigorosamente para obtener una organización más completa. La palabra de Dios fue circulada tranquilamente y los creyentes en Jesucristo aumentaban en número. Pero hasta ahora tenían que adorar a Dios en su propio hogar o ser quemados en la pira. En las humildes cabañas, mientras que la tormenta rugía mantenía fuera a los espías, y así el padre leía en el Libro de Dios a sus niños mientras que se amontonaban alrededor del fuego, y la madre cantaba Salmos a los pequeñitos entre tanto que tejía sus medias o cocía al horno el pan hogareño. Así los padres piadosos inculcaban en sus hijos e hijas la verdad de Cristo que latía en sus corazones, y preparaban una generación que brotaría de la esclavitud del papado.


EL PRIMER PACTO (Convenio) - 1557



Durante estos tiempos la Iglesia se hallaba principalmente entre grupos de cristianos que se reunían secretamente para oración. Una compañía de creyentes devotos se reunía para pasar horas de la tarde, o el día de Reposo, en la adoración de Dios. La reunión se llamaba una Sociedad. En estos lugares la oración se ofrecía con fe, los Salmos se cantaban con una melodía solemne y seria, y la Biblia se leía con reverencia. Estas almas hambrientas se alimentaban con la Palabra. A veces Las reuniones se llevaban a cabo en cuevas por temor del enemigo. Una vez un ministro, siendo perseguido, entró en una de estas cuevas para refugio. Mientras que se refugiaba allí, se sorprendió al oír una suave melodía más allá de ese lugar oscuro. Siguiendo el sonido de las voces se encontró con una compañía de creyentes devotos.

En esas épocas turbulentas el Espíritu Santo, en su propia manera misteriosa, excitó los corazones de éstos discípulos secretos con el pensamiento de convenir (hacer un Pacto) unos con otros y con Dios, para defender el derecho de vivir, de libertad, y de religión. Un día se determinaba y un lugar designado para entrar en ese santo enlace (Pacto). A pesar del peligro a que se exponían, una gran concurrencia de gente se reunió y solemnemente tomó el Pacto. Esto ocurrió en la ciudad de Edimburgo, el 3 de Diciembre de 1557. Este Pacto incorporó su propósito, así, «Nosotros por Su gracia (con toda diligencia) continuamente aplicaremos todas nuestras energías, nuestros bienes, y aún nuestras mismas vidas para mantener, extender, y establecer la bendita Palabra de Dios y Su Iglesia.» Esto se conoce como El Primer Pacto de Escocia. Dos años más tarde, otro enlace (acuerdo) fue aprobado, a nombre de la Iglesia, por sus líderes más prominentes, llamado El Segundo Pacto.


LA PRIMERA ASAMBLEA GENERAL - 1560



El Primer Pacto fue un baluarte formidable de defensa contra el papado. La Iglesia Protestante joven encontró en ella una torre fuerte. La batalla creció más feroz. Muchos nobles se enlistaron en la filas del ejercito Pactante. Dos años más tarde este Pacto fue renovado y la causa de los Pactantes ganó gran fuerza. Entre otros líderes el Lord James Stuart, hermano de la reina, aprobó el Pacto. él era un defensor osado de la Fe Reformada. él se mantuvo firme como un muro macizo entre la Reforma y su hermana Maria, reina de los escoceses, que empleó al gobierno y un ejército para destruirla. Después que fue depuesta del trono, él llegó a ser regente (administrador), gobernando la nación con poder regio y con una capacidad extraordinaria, teniendo el temor de Dios y el bienestar del pueblo en su corazón. Su hogar era como un santuario; el fuego ardía en el altar familiar, la Biblia se leía durante la comida, la hermosura de la santidad dignificaba el hogar. En historia se conoce como Lord Murray, el «Buen Regente.» Un malagradecido lo asesinó, a quien perdonó y libró de ser ejecutado. Mucho crédito se debe dar a Murray en la esfera del Estado y a Knox en la esfera de la Iglesia para la Primera Reforma, cada uno incomparable en su propia esfera. En los días de ellos la Iglesia se convirtió en una fuerza organizada y asumiendo el aspecto «imponente como ejércitos en orden.» La Primera Asamblea General se reunió en Edimburgo, el 20 de Diciembre de 1560. El propósito era, «consultar sobre esas cosas que contribuirán para extender la gloria de Dios y el bienestar de su Iglesia.» ¡La gloria de Dios! ¡El honor de Cristo! ¡La exaltación del Nombre supremo! ése es el propósito que envía fuego a través de las venas y transporta el alma con llamas sagradas. Désele a esto su lugar apropiado, y el mejor trabajo de la vida se efectuará. Fue entonces que la iglesia se levantó y resplandecía con la gloria del Señor. Fue entonces que ella creció en tamaño, en fuerza, y en valor, como en los días de los apóstoles. Siete años más tarde cuando la Asamblea General se reunió, los miembros llegaban a 773, con una Iglesia próspera de tamaño proporcionado. Los Reformadores entraron en el trabajo del Señor con ánimo y recogieron una cosecha abundante.


EL PRIMER LIBRO DE DISCIPLINA -1561



Los principios sublimes que gobernaban a la Primera Asamblea General se observan en el esfuerzo de preservar la pureza de la Iglesia joven, brotando bajo el cuidado de estos «hombres valerosos de Israel.» Una de las primeras medidas tomadas fue establecer un comité para preparar un Libro de Disciplina. Estos hombres devotos no copiaron de ninguna forma existente de gobierno de la iglesia. No siquiera acudieron a Holanda o Ginebra para obtener recursos. Fueron directamente a la Palabra de Dios, como la fuente de todo el conocimiento para la tarea en mano. Tomaron consejo e instrucción de Dios en oración, sometieron sus mentes y corazones bajo el poder y guía del Espíritu Santo. El libro que salio de ellos fue uno que esperaríamos que saliese de las manos de tales hombres, trabajando con tal espíritu y propósito. Sus declaraciones eran verdad; sus reglas eran sabiduría; sus censuras eran una espada; su autoridad era Cristo. La Asamblea General lo adoptó. Sin embargo, no cayó al favor de todos. Su estándar de doctrina y de disciplina era demasiado alto para agradar algunos. Knox da la razón, «Todo lo que contravenía a sus afectos corruptos era llamado burlescamente como 'imaginaciones devotas.' La causa era: Algunos eran de una vida disoluta, algunos habían arrebatado con violencia las posesiones de la Iglesia, y otras pensaban que no carecerían su pedazo del manto de Cristo.» La disciplina fue aplicada a la Iglesia según el libro. Los que no eran dignos fueron suspendidos, y los que no pudieron llegar a la medida o nivel de conocimiento, carácter, y vida espiritual, fueron rechazados. ¿Podría haber una demostración más clara de la poder del Espíritu Santo y de la presencia de Jesucristo, que la disciplina que alejaba los que no eran dignos y rechazar a los inaptos, cuando la Iglesia era tan pequeña en números y asediada por multitud de enemigos? Con todo, durante los primeros siete años de existencia de este Libro de Disciplina, la Asamblea General aumento en número de 6 a 252 ministros, así como también la Iglesia misma de la misma maravillosa proporción. He aquí tenemos el sello de Dios puesto en disciplina estricta. En la pureza hay poder; el vigor y la vida dependen mucho en la salubridad.


LA PRIMERA ESCUELA -1561



El sistema escolar público es un producto del Protestantismo. La mente humana, cuando es liberada por el Evangelio de Jesucristo, aspira tras la educación, así como el águila se eleva por encima de los aires superiores cuando es libertada de su jaula. La libertad en Cristo Jesús despierta el sentido de derechos, energías, privilegios, obligaciones, y de límites inmensurables de la mente y del espíritu humano. Con tales impulsos y aspiraciones estos padres Presbiterianos plantaron escuelas libres sobre su país y fijaron el ejemplo para resto del mundo. La Asamblea General autorizó una escuela para cada «parroquia», e hizo imperativa la asistencia. Los niños de los pobres fueron instruidos sin costo alguno, mientras que los ricos apoyaban con contribuciones. El plan de estudios consistía de «religión, gramática, y Latín.» También en cada «ciudad importante, se debía erigir un colegio para la instrucción en Lógica, Retórica, y los idiomas de aprendizaje [Griego, Hebreo, etc].» Tal fue el trabajo de la Asamblea General en el año 1561de nuestro Señor Jesucristo. Nuestro sistema de escuelas públicas es solamente la extensión de la huerta que estos padres plantaron, en sus planes de largo plazo y en sus propósitos de grandes corazones.

Tales fueron algunas de las medidas tomadas por los padres, en la Iglesia de Escocia, al amanecer de la Primera Reforma. Fueron peritos arquitectos [constructores principales] en establecer piedras de fundamento. Se estaban preparando para el movimiento progresivo, que dio al mundo el ejemplo más brillante de como la Iglesia y el Estado deben ser cuando están bajo Pacto con Dios. Cosas semejantes no se han visto desde los días de Jesús de Nazaret. Estos principios fueron los pasos majestuosos de Dios cuando entra en su santuario. El Señor levantó hombres según Su propio corazón, y los invistió con su Espíritu Santo para llevar a cabo esta tarea estupenda. Fueron hombres de pasiones semejantes como otros, pero que sin embargo poseían la calidad no común de una conciencia inviolable. Eran gobernados por principios, no por diplomacia; consultaban ley de Dios, no su propia conveniencia; aceptaban el deber al mandato de Dios, no a los dictados del hombre. No todos los que se enlistaron en la Iglesia resistieron la prueba; algunos desmayaron y retrocedieron de la línea de fuego. Pero hubo suficientes allí para glorificar a Dios y para cumplir Su servicio a cualquier costo. La Primera Reforma de Escocia alcanzo su clímax en 1567.

La diligencia y el éxito de nuestros padres antepasados en el trabajo del Señor deben inspirarnos a que hagamos lo mejor dentro de nuestro alcance para extender su Iglesia. ¿Estamos construyendo, como ellos construyeron, sobre verdadero fundamento, que es Jesucristo? ¿Es nuestro material de construcción como el de ellos - oro, plata, y piedras preciosas? ¿Somos celosos en hacer que la iglesia de Cristo se exhiba como el Templo Glorioso de la Verdad, el Santuario del Dios vivo, la Morada del Espíritu Santo? ¿Somos consumidos con una pasión sacrosanta de amor, al grado que no podemos descansar hasta que no hayamos traído a otros a la casa de Dios? ¿Somos dignos de estar relacionados con los padres Pactantes?



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Capitulo 6

El Pacto Nacional de Escocia - 1581 d. C.


Durante la década de los sesenta en el siglo dieciséis, la Iglesia Presbiteriana tuvo su bello verano. El invierno parecía haber pasado y las tempestades acabado y desaparecido; el tiempo del canto de las aves había llegado.

Hasta ahora la Iglesia había sido como un lirio entre espinos: en lugar de espinos había pinos, y en lugar de zarzas, había árboles de mirto, para la gloria del Señor, quien es Admirable Consejero y excelente en su obra.

Entre refranes inigualables del Señor Jesús, una palabra particular retumba a través de todas las edades que cae sobre oídos atentos como un trueno del cielo: “Velad”. Eterna vigilancia es el precio de la libertad, el precio de la pureza, el precio del honor, el precio de cada cosa digna de tener. La Iglesia joven, vigorosa, victoriosa, y apasionada, parece haber estado dormida en un momento crítico y mientras que ella dormía el enemigo sembraba cizaña entre el trigo.

El regente, la persona que actuaba como rey mientras que el futuro rey era niño, convocó una convención de ministros y otros que apoyaban la supremacía del rey sobre la Iglesia. La convención a su dictado introdujo el gobierno por prelados. Esto ocurrió el 12 de enero de 1572, un día tenebroso para Escocia.

La prelacía no es otra cosa mas que una clase de papado modificado; un papado con otro vestido, entrenado y enseñado para hablar un dialecto más suave. El poder del papado ya había sido quebrantado, pero todavía permanecían sus reliquias, y ahora se presentaba «la extraña composición heterogénea de papado, de prelacía, y de presbiterianismo» en la Iglesia.

La Iglesia despertó para hallarse a sí misma en las garras de un horrible pulpo, del cual no pudo escapar por tres generaciones, sino solamente a través de la pérdida de mucha sangre preciosa.

El primer esfuerzo de la Iglesia, cuando despertó para ver su verdadera condición, era controlar a los obispos que habían entrado en su ministerio, pero que era impotente para quitar. El paso siguiente fue procurar quitarlos, basando en el fundamento de que el oficio de obispos es antibíblico. Las dificultades crecieron rápidamente; las fuerzas de oposición crecían más fuertes cada día; el gobierno civil estaba contra la Iglesia; el regente, el gobernante principal de Escocia, dedicó todas sus energías en defensa de los obispos. ¿De donde vendrán ahora la luz y la liberación? Escuchemos las palabras que parecen estar en diez mil labios: «¡Los Pactos; los Pactos aún revivirán a Escocia!» «Los Pactos» ahora se convertían en la contraseña de los fieles. Una ola de esperanza y de entusiasmo se extendía sobre la Iglesia; la alegría coronaba los rostros que habían recogido grados de oscuridad, y vigor palpitaba en los corazones que eran débiles.

La Asamblea General, habiendo obtenido fuerzas del Señor para la necesidad presente, adoptó una forma de convenio o Pacto para la nación. El Pacto, escrito por el Rev. John Craig, fue el producto de una mente cultivada y de un corazón piadoso. Este Pacto es sin igual en su dicción clara, en su propósito sublime, en su espíritu majestuoso, en su decisión heroica, y en su solemne súplica a Dios. Este Pacto se convirtió en la base de todos los Pactos subsecuentes de Escocia.

Pero Craig tuvo que confrontar la prueba de fe requerida por su propio Pacto. El Rey Jacobo VI, que ahora estaba en el trono, después de firmar el convenio, lo repudió (negó), y ordenó a su autor que hiciera lo mismo. Craig contestó que él nunca repudiaría cualquier cosa que fuese aprobada por la Palabra de Dios. La Corte, en la cual se hallaba bajo juicio, pidió su cabeza fuera afeitada, y otras indignidades que se harían a su persona.

Otra vez estando bajo juicio su juez lo trató con desprecio extremo, a quien él dijo, «Han habido grandes hombres que elevados más arriba que tú, que han traídos abajo.» El juez, burlándose, se sentó bajo sus pies, diciendo, «Ahora he sido humillado.» «Antes bien,» dijo Craig, «aunque te burles de los siervos de Dios, Dios no será burlado, sino que lo sabrás cuando seas derribado del caballo altivo de tu orgullo.» Algunos años más tarde arrojado de su caballo, fue muerto.

El fervor despertado por el Pacto corrió sobre la Iglesia como un fuego pentecostal, y se extendió por todo el reino como tormenta de un entusiasmo sacrosanto. El Pacto, siendo firmado por el rey, por los nobles, y por una gran multitud de gente, fue llamado, El Primer Pacto Nacional de Escocia.

Ningún otro acontecimiento mayor como este había sacudido el reino, ninguna otra alegría más profunda había alumbrado sus costas, ningún otro honor más sublime había elevado a su pueblo, ninguna otra gloria más brillante se había extendido sobre sus montañas y llanuras. Ese Pacto sagrado la había levantado a una relación íntima con Dios; el reino se había convertido en Hephzibah ('mi deleite en ella'), y la tierra, Beulah ('casada'); la nación se unió en matrimonio con el Señor.

♦ El Pacto ligaba (obligaba) al Covenanter (Pactante), a la Iglesia, a la nación, y a la posteridad, bajo un juramento solemne, - Mantenerse fiel a la religión Reformada con todo el corazón a través de todo tiempo venidero;

♦ Trabajar por todos los medios legítimos para recuperar la pureza y la libertad del Evangelio, quitando todas las innovaciones humanas de la Iglesia;

♦ Aborrecer y detestar las doctrinas y las prácticas corruptas del romanismo;

♦ Resistir bajo juramento de Dios todos los males y corrupciones contrarios a la religión Reformada;

♦ Defender el país y apoyar el gobierno, mientras que el país y el gobierno defiendan y preserven la religión verdadera;

♦ Estar firmes en la defensa mutua de unos y de otros para mantener el Evangelio y la Iglesia Reformada;

♦ No permitir que nada divida el ejercito Covenanted (Pactante), o que disminuya su poder, o que se desvié de su propósito sublime;

♦ Ser buenos ejemplos de la Piedad, de la sobriedad, y de la justicia al cumplir cada deber que se deba a Dios y al hombre;

♦ No temer ninguna de las calumnias asquerosas que se pueden arrojar sobre este Pacto, viendo que es aprobado por la Palabra de Dios, y que está puesto para la preservación de Su Iglesia;

♦ Reconocer al Dios vivo como el que escudriña los corazones, y a Jesucristo como el juez, ante quien todos comparecerán en el día del juicio.

Tal era la escala extraordinaria de pensamiento, de motivo, de propósito, y de acción que alcanzó este Pacto de nuestros padres antepasados, que invocaron a Dios en el día de la angustia, y que fueron oídos porque temieron. Los hombres que dirigieron en esta transacción solemne eran sobresalientes en conocimiento, en piedad, en propósitos que nacen del corazón, en devoción a su patria, y en celo por la gloria de Cristo. Estos eran los excelentes de la tierra. Pero la corriente poderosa del entusiasmo religioso que se había establecido atrajo a sí misma, y acarreó en su pecho, multitudes que eran de carácter superficial y de doble ánimo. éstos cayeron rápidamente cuando la corriente contraria se puso en marcha; algunos de ellos incluso se convirtieron en perseguidores despiadados de los Covenanters (Pactantes).

El rey fue entre los primeros que pervirtió su juramento, y quebrantó el Pacto. Su debilidad era lastimosa; parecía dar vuelta con cada viento que lo azotaba. El año próximo reunió la fuerza de su gobierno para derrocar la Iglesia Presbiteriana, y trastornar las operaciones del Pacto. La iglesia fue despertada y armada con valor, Andrew Melville era su líder reconocido. Una delegación fue enviada al rey para protestar; Melville era el portavoz. El rey fue confrontado como un león en su foso. él escuchó el mensaje siguiente: «Su majestad, por la conjura de algunos consejeros, se ha ocasionado que usted tome una potestad y autoridad espiritual, que le pertenece legítimamente a Cristo, como el único Rey y Cabeza de la Iglesia. A través de su majestad, algunos hombres están intentando erigir un nuevo papado, como si su majestad no pudiera ser rey y cabeza de esta nación, a menos que se ponga en sus manos tanto la espada espiritual, como la espada temporal; a menos que Cristo sea privado de su autoridad, y se mezclen las dos jurisdicciones que Dios separó. Todo esto tiende a la ruina de la religión verdadera.»

Melville envió la verdad, como una lanceta, en la ambición hinchada del rey joven. El rey hizo muecas de dolor en la agonía de la cirugía aguda. Pero Melville tuvo que confrontar las consecuencias de su fidelidad. Le llevaron a la torre de Londres, donde fue puesto en una triste celda por cuatro años. Después fue desterrado y muriendo en una tierra extraña.

Este Pacto de 1581 puso a generaciones futuras, en una relación bajo juramento con Dios semejante a los Covenanters de esos días. Un Pacto Público establecido con Dios continúa con todas su obligaciones morales hasta que sus condiciones se cumplan. ¿Estamos elevando nuestras vidas a una relación íntima con nuestro Señor Jesucristo a través de nuestro Pacto que hemos heredado? ¿Estamos cumpliendo con nuestros deberes jurados a nuestro país, a vuestra Iglesia, y a nuestro Señor? ¿Estamos utilizando todos los medios legítimos para hacer que la religión verdadera prevalezca? ¿Estamos empleando nuestras fuerzas contra todos los males de oposición? ¿Mantenemos el mismo paso en las filas del ejercito Covenanted (Pactante) que marcha hacia adelante, seguros en que los principios de la Reforma aún han de prevalecer en cada nación?


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Capitulo 7

Contendiendo con el Rey - 1582 d. C.


La Iglesia Pactante prosperó bajo el cuidado de la Asamblea General como un huerto bien cultivado. El pequeño grupo de ministros y ancianos, que habían organizado la Asamblea, fueron ricamente bendecidos en sus labores. Se habían reunido bajo riesgo de sus propias vidas para proclamar a voz en cuello la supremacía de Jesucristo, y para dar a la unidad de la Iglesia su expresión más magnífica; y la señal extraordinaria del favor de Dios fue su recompensa. Los primeros diez años de la Asamblea General fueron los días felices de la Iglesia Presbiteriana de Escocia. Bajo de las lluvias del Espíritu Santo, personas de piedad brotaban «como si fuese entre la hierba, y como sauces por los arroyos.» El poder del papado había sido roto y sus horrores extinguidos.

El cielo claro, sin embargo, pronto recolectó grados de oscuridad. La primera nube era como la mano de un hombre, pequeña en tamaño y en astucia. El gobierno nacional había condenado el papado como religión, y había confiscado la extensa riqueza que el sacerdocio de Roma había amontonado y había gozado por mucho tiempo. Esta inmensa propiedad, que incluía ricos réditos, edificios grandes, terrenos amplios, y cosechas anuales, fue puesta para ser distribuidos. Pero ¿cómo serían distribuidos? ésa era la controversia ardiente de esos días, y comenzó una conflagración (incendio) en la iglesia, esparciendo muchos inciendos por doquiera. La corte civil decidió que un sexto se debería dar a la iglesia. La iglesia aceptó la pensión. Fue un bocado dulce en su boca; ¡pero amargo, oh, cuán amargo fue en sus entrañas!

Morton, el Regente, sostuvo las riendas del gobierno en aquel tiempo. Ese gobernante astuto cuando concedió este regalo esperaba a cambio recibir grandes réditos. Si la iglesia consigue oro en su mano, ella debe hacer concesiones a sus demandas. A partir de ese día la Iglesia Pactante cayó en apuros. Fue obligada a mantener una guerra constante para mantener su independencia dada por Dios, una lucha amarga que le costo mucha sangre para mantener el derecho de gobernarse a sí misma sujeta a su Señor. La Novia del Hijo de Dios había ligado sus brazos con un pretendiente prematuro, apoyándose en él para recibir ayuda, para su vergüenza y pena. La iglesia de Cristo, de origen libre e independiente, investida con el poder divino, enriquecida con el Espíritu Santo, y con recursos suficientes para todo tiempo y obligación, ahora dependía del Estado para recibir ayuda financiera. El error se hizo más evidente, pero también su corrección fue más difícil, con el transcurso del tiempo.

La soberanía de Jesucristo es una de las doctrinas cardinales del Presbiterianismo. Cristo por medio de esta forma de gobierno de la iglesia es glorificado como el «Señor sobre todas las cosas, y bendito por los siglos». Sentado a la diestra de la Majestad de Dios en las alturas, gobierna sobre un reino cuyos límites incluyen los confines de la creación. En la tierra él ha organizado a la Iglesia, de la cual él es la única Cabeza y Rey. él también ha establecido el Estado, del cual es Rey y Juez. La Iglesia y el Estado bajo Jesucristo son mutuamente independientes; cada una debe cooperar cordialmente con la otra; ambas son directamente responsables ante el señor Jesús Cristo.

Morton vio su oportunidad cuando la iglesia tomó el dinero. En esos días el mandatario de Escocia insistió en ser reconocido como cabeza de la Iglesia. Morton puso en marcha su demanda de control; los ministros fieles de Cristo se opusieron. Desde el reinado de Enrique VIII, la Iglesia Episcopal ha reconocido el mandatario de la nación como supremo en su gobierno. En esta posición el mandatario puede utilizar la Iglesia como brazo de su gobierno, como una sirvienta en su administración, como un aliado para apoyar cualquier cosa que brote en su corazón.

Morton procuró introducir el episcopado en la Asamblea General. Incluso allí encontró algunos listos para aceptar su oferta; y así comenzó la larga controversia entre el Presbiterianismo y el Episcopado. La lucha del Protestantismo contra el Romanismo había desaparecido casi por completo; la lucha ahora era entre el Presbiterianismo y el Episcopalismo.

La levadura de Morton hizo rápido su trabajo; la Asamblea llegó a infectarse profundamente. Por más de cien años la terrible lucha persistió. En los primeros años de este conflicto, Andrew Melville poderoso en la fuerza de Jesucristo, se mantuvo firme en la vanguardia de la batalla. Melville era erudito, intrépido, aventurero, altamente emocional, y fervoroso en la causa de la independencia de la Iglesia. él tuvo ciertos encuentros agudos con Morton. Morton encolerizado le dijo cierto día, «El país no tendrá tranquilidad hasta que una docena de ustedes sean colgados o desterrados.» Melville, mirándolo en la cara con mirada penetrante, contestó, «¡Bah! hombre, amenaza a tus cortesanos de esa manera. A mí me da lo mismo podrirme a aire libre o en la tierra. La tierra es del Señor. Mi hogar se encuentra dondequiera que se halle lo que es bueno. Que Dios sea glorificado, no está en tu poder colgar o desterrar su verdad.» Morton se sintió retado y vencido por el valor y la serenidad de este humilde siervo de Cristo.

Morton renunció la regencia en 1578, para dar lugar a Jacobo VI a ascender el trono, que continuaría la lucha contra los presbiterianos. él afirmó que su corona dependía del puesto del obispado. Su lema era, «No obispo, no rey”. él aspiraba llegar a ser dictador de la Iglesia. La Asamblea General se opuso a su demanda. Una delegación fue enviada al rey con una fuerte protesta contra su marcha tiránica. Melville, era un miembro de la delegación, y su espíritu fervoroso lo constituyó en el portavoz. La delegación se presento en la corte real donde el rey estaba sentado alrededor de sus consejeros. La protesta fue leída, la cual llenó de cólera al rey. El rey preguntó con ira, «¿Quién se atreve a firmar este papel impío?». «Nosotros nos atrevemos», contestó Melville, tomando la pluma y escribiendo tranquilamente su nombre. Los demás siguieron el valiente ejemplo. El rey y su compañía quedaron sobrecogidos por su sacrosanto valor.

En otra ocasión Melville se dejo llevar tanto en su protesta contra el monarca despótico, que tomó el brazo del rey, y le dio una amonestación tal que pocos reyes han oído. Su elocuencia apasionada fluía como una cascada: «Señor, debo decirle: hay dos reyes, y dos reinos en Escocia. Está el rey Jacobo VI, cabeza de la nación; y está Cristo Jesús, el Rey de la Iglesia, del cual el rey Jacobo es sujeto, y de cuyo reino él no es rey, ni señor, ni cabeza, sino solo un miembro. Señor cuando usted estaba aún en pañales, Cristo Jesús reinaba libremente en esta tierra, a pesar de todos su enemigos.» Las palabras penetraron el alma infractora como latigazos del ojo de Dios. Por un momento los hombres habían intercambiado lugares; Melville era rey.

Melville padeció por su fidelidad; fue desterrado. Con todo se le recompensó con una ancianidad vigorosa y una muerte triunfante. A la edad de sesenta y ocho años, escribió desde la tierra de su destierro así, «Doy gracias a Dios, como, bebo, duermo, tan bien como lo hice hace treinta años, y aún mejor que cuando era joven. Mi corazón es aún un corazón escocés, y tan bueno, o mejor, hacia Dios y a los hombres. Alabado sea el Señor solamente por esto, a quien pertenece toda la gloria.» Murió en Francia en 1622.

La supremacía de Cristo es la gloria de la Iglesia. Jesús es la fuente y cabeza de toda vida, amor, ley, gobierno, y autoridad. ¿Estamos manteniendo esta sublime verdad con el valor de nuestros antepasados? El celo de nuestros, si fuese revivido en estos días, electrificaría el mundo.


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Capitulo 8

Hombres Poderosos - 1596 d. C.


JESUCRISTO es «el Rey de gloria; el Señor fuerte y poderoso; el Señor poderoso en batalla.» Sus siervos, llenos del Espíritu Santo y dedicados a Su causa, crecen como él en valor moral y en acción irresistible. Cada edad provee la oportunidad para el servicio heroico.

La Iglesia siempre ha tenido hombres poderosos dispuestos a arriesgar sus vidas, cuando la religión y la libertad eran atacadas; pero en ningún otro tiempo se ha visto un grupo más ilustre cuyo corazón Dios tocó, como en los últimos años del decimosexto siglo. La marea de apostasía para entonces se estrellaba sobre la iglesia con violencia desoladora. La verdad de la supremacía de Cristo era sumergida debajo de las olas del gobierno episcopal. El derecho de Cristo par gobernar Su Iglesia fue retado por el rey Jacobo, y los siervos verdaderos de Dios se contorsionaban en vergüenza y en dolor, pues veían que la diadema real de Cristo era arrebatada de su frente y tomada por un hombre presumido. Los tiempos exigían hombres que no se acobardasen ante la presencia de tal monarca; o ante sus amenazas de encarcelamiento, de destierro y de muerte. Los soldados de la cruz salieron firmes adelante. «Sesenta hombres valerosos de los valientes de Israel» estaban allí, de pie alrededor el REY DE REYES; «cada hombre con su espada en su muslo, por temor de la noche.»

Andrew Melville era principal entre los capitanes en esos días. Su cara radiaba con una luz interna; su ojo penetraba a través de los semblantes de sus adversarios; su aspecto sobrecogía a sus enemigos con la majestad natural de la verdad y de la santidad. ¡Qué torrentes corrían de su alma ardiente cuando abría su boca y protestaba contra los males hechos a Jesucristo y a la Iglesia! Su elocuencia era como un río arrollador, una catarata irresistible. Como de Knox, también de él se decía, «El nunca temió el rostro de hombres.» En privado y en público, en el púlpito y a través de la prensa, reprendía a reyes, a príncipes, a jueces, y a nobles por causa de sus pecados. él hacía su mejor trabajo cuando los tenía cara a cara. La afrenta hecha a Cristo al negar sus derechos de Rey hacía hervir su sangre, y encendía su alma con un amor ardiente en defensa de su Señor y Amo. Pero sufrió por su fidelidad. Lo encarcelaron; sin embargo al pasar cuatro años en la cárcel, comiendo pan echado a perder, respirando aire asqueroso, durmiendo en una cama dura, andando a tientas en la oscuridad, aislado en su mísera habitación no le produjo remordimiento por predicar a Cristo. De la prisión salió al destierro, y del destierro a la patria celestial. En su última enfermedad le preguntaron si deseaba el regreso de su salud. «No, ni siquiera por veinte mundos,» fue su respuesta conmovedora.

John Davidson también brilla en la historia como ministro de valor indomable. Le hizo frente a la inundación destructiva de la apostasía, y soportó valientemente el abofeteo de las olas. Su humildad lo preparó para gran servicio en el reino de Dios. Sufría aflicciones profundas por causa de las doctrinas y prácticas permisivas que prevalecían dentro del ministerio. La Iglesia fue infectada y corrompida con invenciones humanas. Con su esfuerzo la Asamblea General celebró reunión especial en 1596, para tener un ayuno y para renovar el Pacto de 1581. La reunión fue celebrada el 30 de Marzo de ese año. Las lluvias de primavera caían, las corrientes de las montañas corrían, los campos se vestían de su verdor suave, las flores aparecían en su belleza - toda la naturaleza parecía prorrumpir en risa sacrosanta a través de sus lágrimas. ¡Cuán conmovedor es este emblema de la reunión memorable, cuando hombres solícitos oraban, lloraban y gemían y se sentaban en tristeza y silencio, en la presencia de Dios confesando sus pecados! Entonces, con las manos en alto, «prometieron ante la Majestad del cielo enmendar sus caminos.» Un gran avivamiento le siguió a esto, y muchos corazones fueron confortados. Dos años más tarde el Sr. Davidson se reunió con el rey, y rehusando someter su conciencia a su voluntad tiránica, fue echado a la prisión.

John Welch también se encuentra en las filas delanteras de los defensores más nobles de la Iglesia. Su esposa, Elizabeth, hija de John Knox, lo igualaba en valor en firmeza. Su vida fue sumamente inspirada por la fe de esta mujer, y su corazón se gloriaba en su espíritu heroico; estas dos montañas eran igualmente altas.

El rey Jacobo se había determinado en aplastar la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana. Esa Asamblea se interpuso en medio mientras que él procuraba su poder déspota. él debe quitar el obstáculo, o de otro modo fracasará en su ambición. Ordenó a la Asamblea que no sostuviera más reuniones, excepto por su permiso. Sin embargo, contra su decreto real, algunos hombres de corazón valeroso se reunieron en el primer martes de julio de 1605. ésta fue la última Asamblea General libre por una generación entera. En 1618 esta corte eclesiástica de la casa de Dios desapareció por completo bajo el régimen déspota del rey, hasta 1638, cuando Escocia se presentó una vez más en el poder del señor, y renovó su Pacto.

John Welch fue uno de los pocos ministros que hicieron frente a la cólera del rey, y aprobó le reunión prohibida. En un mes se encontraba en la cárcel. El lugar de su detención se llamaba «Blackness.» En su pequeña celda, húmeda, obscura, asquerosa, y sola, tenía tiempo para meditar. él recordó a su hogar feliz, su fiel esposa, sus niños cariñosos, sus caminatas de jardín, las dulces mediodías, las brisas suaves, los días del Señor placenteros, su púlpito inspirador, su congregación viva -él podría ahora pensar en todo esto, y ver el precio de la fidelidad a Jesucristo. ¿Valdría la pena? El podía poner su cabeza doliente en su almohada dura, soñar de la felicidad desaparecida, y luego despertar para preguntarse si todo valió la pena. ¿Valdría la pena ser fiel a Cristo? Escuchemos; él habla desde su prisión: «Siempre hemos esperado con alegría para dar el testimonio final de nuestra sangre a favor de la corona, del cetro, y del reino de Cristo.»

John Welch encontró su gran fuerza en la oración. La oración para él era una conversación con Dios. Su alma mantenía comunión íntima con Jesucristo. De seguido se levantaba de su cama para hablar con Dios. Para este propósito mantenía una túnica a la mano, cuando estaba en casa, para poner sobre sus hombros durante estas horas de éxtasis. En las noches de verano pasaba mucho tiempo bajo los árboles en comunión con el Señor del cielo. Para él las estrellas perdían su brillantez en la presencia del Lucero Resplandeciente de la Mañana. Su alma se refresco mucho en el océano de la luz eterna. En cierta ocasión su esposa escuchó su plática misteriosa con Dios. Se encontraba en agonía de solicitud. «¿Señor, no me darás Escocia?» clamaba. Entonces siguió el flujo de satisfacción: «Basta, Señor, Basta.» En otra ocasión, la gloria aterradora del Señor cayo sobre su alma, al punto que lo hizo clamar en voz alta, «Oh Señor, detén Tu mano; con eso basta; Tu siervo no es mas que un vaso de barro y no puede sostener más.»

La señora Welch fue tan heroica como su esposo. Cuando rogaba al rey por su libertad, él consintió, a condición de que John Welch retrocediera de su posición. La señora Welch, levantando su delantal en la presencia del rey, contestó, «Por favor, su majestad, ¡yo guardaría antes su cabeza aquí!» refiriéndose al hacha del hombre que la decapitaría, y ella a cambio la recibiría en su delantal.

La soberanía de Jesús llama por vidas heroicas. Esta verdad grandiosa, defendida por los antepasados, a precio de mucha sangre, se debe todavía levantar ante la vista del mundo. Se necesitan hombres y mujeres valientes tanto ahora como siempre, incluso aquellos que consideren el honor de Jesucristo de más valor que la vida misma, y aun, más precioso que todo lo que el corazón estima de gran valor en el mundo.


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Capitulo 9

Las Tinieblas Esparciéndose sobre la Nación - 1600 d. C.


El decimoséptimo siglo salió a luz sobre Escocia en medio de nubes siniestras. Las tormentas que barrerían la tierra para más de ochenta año se acumulaban - tormentas de «fuego, y sangre, y vapores del humo.» Los intervalos un mediodía asoleado eran pocos. El rebaño de Dios, el hermoso rebaño, sufría penosamente por causa de los lobos que entraron en el redil vestidos de ovejas.

«No obispo, no rey,» vociferaba el rey Jacobo. Claramente dio a entender esto, «Si no hay prelados, no hay despotismo.» él hizo el gobierno por prelados el gobierno de la iglesia, de la cual se consideraba la cabeza oficial, el baluarte de su supremacía asumida sobre la iglesia y de su tiranía sobre la conciencia, y tomó cada ocasión para afirmar su poder.

La Asamblea General había designado la fecha y el lugar para una reunión en 1604. El rey pospuso arbitrariamente la reunión para otro año, y cuando se cumplió el año la pospuso otra vez. Pero había hombres altos principios que se opusieron al monarca déspota. Diecinueve ministros fieles se habían reunido con un número de ancianos, tan audaces y fieles como los ministros, y constituyeron la Asamblea contra las órdenes específicas del rey. Su desafío de la autoridad del rey ponía en riesgo sus vidas. ésta fue su última Asamblea libre por treinta años. Estos hombres fueron traídos ante los jueces, y, siendo encontrados culpables de desobedecer al rey, fueron sentenciados. Durante los próximos doce años el rey se enseñoreo de la Asamblea, después de lo cual la deshizo, no permitiendo más reuniones mientras que él vivió. De aquí en adelante, el partido de los prelados mantuvo el poder y gobernó la iglesia con mano fuerte.

La forma de adoración fue cambiada; las invenciones humanas, en lugar de las ordenanzas de Dios inundaron la iglesia. El abandono de las prácticas antiguas se distinguió por una medida conocida como los «Cinco Artículos de Perth.» Estos artículos fueron autorizados por el rey, e implementados con gran rigor en su esfuerzo para someter a todos los que se opusieran o protestaran. De aquí e adelante los presbiterianos tuvieron que someterse con el nuevo tipo de adoración, o sentir sobre ellos el peso de la ley en la confiscación de sus bienes, encarcelamientos, destierros, o muerte. Estos artículos de Perth fueron aprobados por el Parlamento. Este acto de ratificación fue acompañado por una demostración notable de la providencia de Dios. Estaba claro que el Parlamento estaba cumpliendo la voluntad del rey, con el fin de trastornar la Iglesia Presbiteriana, la religión Reformada, la libertad de la conciencia, y los derechos del pueblo. El Parlamento se reunió para este propósito en Edimburgo, el 4agosto de 1621. La mañana era melancólica. Con las horas que avanzaban las nubes se hicieron más densas y más oscuras; el cielo entero se cubrió de oscuridad; una tormenta de la cólera divina parecía doblar los mismos cielos con su peso. En el momento justo cuando el Marqués de Hamilton realizaba el acto final de la ratificación en el nombre del rey, tocó el papel oficial con el cetro, una relámpago alumbró la oscuridad, y luego otro, y siguió un tercero, cegando a los hombres culpables en la presencia de su hecho horrible. Tres resonados de trueno siguieron en sucesión rápida, haciendo cada corazón temblar. Una punzada momentánea de conciencia debe haberse sentido, mientras que el Rey del cielo hablaba en el trueno que hacía reteñir los oídos de estos hombres, y en llamas que encandilaban ojos de ellos. Este día triste, el 25 de julio de 1621, se recuerda en Escocia como el «Sábado Negro.» ¡Oh, tan negro con nubes de tormenta, con la culpabilidad del hombre, con reprensiones del cielo, y con temores de dolor y de sufrimiento!

Éstos fueron los días de Melville, de Welch, y de Boyd, quienes, con otros hombres, poderosos en el Señor, resistieron tanto al rey cara a cara, como a su gobierno con sus amenazas y penas. Cuando la Iglesia estaba en peligro, el Señor Jesucristo tenía sus siervos elegidos capaces y dispuestos para defender la fe. Como los profetas antiguos, alzaron sus voces en los altos lugares, lucharon con principados y potestades, pronunciaron su testimonio como con voz de trueno, y sellaron alegremente su testimonio con su sangre.

Entre los campeones de ese día, Robert Bruce, ministro eminente del Evangelio, tomó su lugar en lo más reñido de la batalla. él era un hombre grande, dignificado y de apariencia imponente; su rostro, su constitución, su intelecto, y su espíritu indicaban fortaleza y majestuosidad verdaderas. él pudo haber sido un descendiente de del famoso Robert Bruce del mismo nombre, uno de los grandes reyes de Escocia; su corazón era tan heroico como patriótico. Este soldado de la cruz era fuerte porque vivía recostado en el regazo del amor de Dios; su vida era fragante con la atmósfera del cielo. él tenía una conciencia sensible. Cuando fue impulsado para aceptar el ministerio al principio lo rechazó, pero ese rechazo causó tal remordimiento que dijo, que antes bien él caminaría sobre una media milla de azufre ardiente que tener que volver a soportar tal agonía mental.

Bruce, durante su ministerio temprano, era grandemente estimado por el rey. Tanto era su gusto en él que lo eligieron para ungir a la novia del rey y colocar la corona en su cabeza. Tres años después de este agradable acontecimiento él incurrió en la ira del rey por desaprobar la autoridad del rey sobre la Iglesia. Siendo ordenado para que cumpliese cierto servicio en el púlpito rechazó rotundamente hacerlo. Para haber echado a perder así la buena voluntad del rey, y contar el costo de las consecuencias, se requería el valor del tipo más alto. Pero Bruce era hombre de un espíritu desinteresado y de una mente heroica, que sabia confrontar cualquier situación, por medio del Espíritu de Dios que obraba poderosamente en él.

Cuando los asuntos iban de mal en peor, en su relación con el rey, Bruce asistió a una reunión con unos otros pocos ministros, lo cual era contrario a la proclamación del rey, para tomar consejo en asuntos de la Iglesia. Designaron una delegación en esta reunión mientras esperaban al rey, a fin de pedir su ayuda. Bruce era el portavoz. El rey recibió a los delegados, pero escuchó con impaciencia. él estaba malhumorado; el furor enrojecía su cara. «¿Cómo se atreven a reunirse en contra de mi proclamación?» él dijo. «Nos atrevemos más que eso, y no permitiremos que la religión que sea derrocada,» fue la contestación rápida. Bruce, después de esta entrevista, sintió rápidamente el peso de la ley civil. Sus pertenencias fueron confiscadas; lo expulsaron de su hogar; y, para permitírsele volver, se le ordenó desistir predicar. Esto rehusó hacer, finalmente consintió dejar de predicar por diez días. Esa noche sucumbió en una fiebre, y sufrió tales terrores de conciencia, que se resolvió que antes moriría que volver hacer una promesa semejante.

El poder de Bruce radicaba en su familiaridad con Jesucristo. Su predicación era con poder, porque Cristo estaba con él. En una ocasión, estando tarde para el servicio, cierta persona reportó, diciendo, «Pienso que él no vendrá hoy, porque lo oí por casualidad en su habitación diciéndole a otro, ' rehusó ir a menos que tu vayas conmigo.' “El estaba hablando con Jesús sobre ir a predicar. En sus oraciones era breve, pero »cada palabra era como un rayo arrojado al cielo;« y cuando predicaba era lento y solemne, pero »cada frase era como un rayo arrojado desde cielo.« él, habiendo acabado su trabajo, entró en gloria, diciéndoles agradablemente a sus niños, mientras que la hora en que moriría se acercaba, »He desayunado con ustedes esta mañana, pero cenaré con mi señor Jesucristo esta noche.« Esa noche entró en la ciudad celestial.

Aquellos que verdaderamente están vivos a la santidad, a la justicia, y a la bondad de Dios, y moran en el resplandor de su bendito rostro, obtendrán perspectivas de la Iglesia, que inspirarán al servicio más grande y a los sacrificios más nobles para Cristo y para Su causa. Se elevarán mucho más allá de la vida ordinaria, en su esfuerzo, entusiasmo, poder, y firmeza en el trabajo del Señor.


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Capitulo 10

Una Crisis Amenazadora - 1622 d.C.


La Iglesia enfrenta las tentaciones y los peligros más grandes cuando entra en paz con el mundo. Un período de prosperidad exterior casi da lugar ciertamente al deterioro moral y produce membresía de una calidad inferior. Las ordenanzas de Dios en la adoración divina que son pocas, sencillas, y espirituales, es muy probable que sean reemplazadas por invenciones atractivas, engañosas y carnales de hombres cuando la iglesia se ve rodeada de fama. El Espíritu Santo entonces se retira en cierta medida; pronto se sigue la formalidad frígida; los servicios, por muy hermosos que sean, llegan a ser artificiales y anémicos.

Dios tiene buena razón para enviar sobre su Iglesia pruebas periódicamente, dificultades, persecuciones - tormentas que avientan el trigo, fuegos que derriten el oro. Tal prueba de fe purifica la Iglesia, quita la escoria, lanza fuera el hipócrita, corta las ramas muertas. Entonces el pueblo de Dios se distingue; sus calidades heroicas son llamadas para la acción; se convierten en antorchas que arden y que brillan en la oscuridad que los rodea. Este proceso severo puede reducir los reclutas de soldados, no obstante fortalece poderosamente las filas del ejército. El Señor Jesús optaría tener mejor uno de diez si es genuino, que diez si son falsos, y aún así si estos fuesen diez veces diez pero falsos. Cristo Jesús prefiere 300 que puedan manejar la espada del Señor y de Gedeón, que 30,000 quiénes son indiferentes o pusilánimes.

La Iglesia Presbiteriana hizo gran progreso bajo el Pacto de 1581 y se extendió sobre el reino. Después de diez años de prosperidad vino otra decadencia. Otra vez fue reclamada y restablecida por la renovación del Pacto de 1596. Una vez más llegó a ser excesivamente próspera y popular; pero su fama terminó en debilitamiento. Las multitudes «se unieron a la Iglesia» simplemente para obtener posición, privilegio, y poder. éstos pronto se dieron cuenta que estaban en el lado equivocado; controlaban las cortes de la Casa de Dios [la Iglesia]. Los ministros fieles contendieron firmemente por la verdad, se opusieron a las innovaciones, protestaron en el nombre de Jesús, y padecieron porque no consintieron con los males. Fueron doblegados y a veces fueron desplazados, a veces encarcelados, a veces desterrados. Sus sermones de despedida casi desgarraban el corazón. En medio de sollozos y lamentaciones de gente magnánima y piadosa, las exhortaciones de despedida venían de estos hombres devotos de Dios como palabra del cielo. Gran entusiasmo y dolor prevalecían en las iglesias, mientras que las congregaciones afligidas se despedían de sus pastores que amaban la verdad más que sus propias vidas. ¡Quién puede imaginarse la indignación que se desató como una tormenta, mientras que la congregación contemplaba a su querido pastor, y su esposa y sus niños salir de su hogar, para andar errando bajo los cielos acalorizantes o a través de las tormentas invernales, sin saber a dónde iban! ¿Debería la gente ser censurada por cerrar la iglesia contra los pastores asalariados enviados para suplir el púlpito contra su voluntad?

Los Cinco Artículos de Perth, adoptados por los que estaban en poder en la Iglesia e impuestos por la Ley Civil, se convirtieron en la gran prueba del pastor. Los ministros presbiterianos que no aprobaban los Cinco Artículos eran depuestos. ¿Pero cómo podía un Pactante (Covenanter) dar su aprobación sin cometer perjurio?

Los Cinco Artículos de Perth eran éstos:

♦ El arrodillarse durante la Comunión;
♦ Observar días de fiesta;
♦ Confirmación Episcopal;
♦ Bautismo Privado;
♦ Comunión Privada.

El primero implicaba la adoración del pan; el segundo, el homenaje de los santos; el tercero, la aprobación del gobierno por prelados; el cuarto, que el bautismo era necesario para la salvación; y el quinto, que la comunión abría el cielo a los moribundos; todo esto hedía a la religión del papa.

¿Qué ministro teniendo respeto a su conciencia podría firmar esta lista de errores, después de jurar el Pacto? ¿Acaso no sentiría inmediatamente que su vida espiritual se hundía bajo cero? ¿Acaso su corazón no lo reprendería amargamente para la degradación de su oficio y de su hombría? Y Dios es mayor que el corazón.

David Dickson fue uno de los ministros que tenían más bien la fuerza para soportar que para doblegarse. él era un hombre joven lleno de fuego y de santo poder. él tenía a cargo una congregación floreciente en Irvine. Su predicación controlaba a la gente. Se amontonaban sobre la iglesia para oírlo. Sus súplicas derretían los corazones y humedecían las mejillas. No tenía temor alguno para denunciar los Artículos de Perth. Las autoridades lo llamaron y le ordenaron a que se retractara; él rechazó. Lo que siguió después de esto fue un adiós triste a su rebaño. El sacrificaría más bien los lazos más tiernos en la tierra y ser desterrado a partes desconocidas del mundo que apoyar el error por muy popular y provechoso que fuese. Y esto él hizo.

Alexander Henderson, otro ministro, se halló bajo el desagrado de hombres en autoridad y sufrió mucho por cause de ellos. En su vida temprana aceptó el credo [principios] del partido de los prelados, y entró al ministerio hallando favor con ellos. Le enviaron a una iglesia que, un poco tiempo atrás, le habían expulsado violentamente su amado pastor. La gente se vio indignada ante la venida de Henderson. Atrancaron la puerta de la iglesia. Los delegados que habían venido para ordenarlo, no pudiendo entrar a través de la puerta, entraron por una ventana. En ese día Henderson fue puesto como el pastor de una congregación que no estaba presente. Pero con en el lapso del tiempo se ganó a la gente. él, como predicador de la palabra, era fiel y poderoso, y el Señor Jesús lo honró ante los ojos de audiencias grandes.

En un cierto día, Henderson fue a oír a un ministro Pactante [Covenanted], en un servicio de comunión. El era tímido, por esto se ocultó en una oscura esquina de la iglesia. El Sr. Bruce tomó para su texto, «El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.» El ministro habiendo leído su texto se detuvo brevemente, y en un aspecto de seriedad, con la cabeza erguida, inspeccionaba su congregación con ojos que destellaban con fuego santo. Tal era su costumbre antes de comenzar su sermón. Henderson sintió la llamarada de esos ojos. él parecía ser aquel hombre que esos ojos buscaban. El recuerdo de haber entrado en su ministerio subiendo por una ventana lo horrorizó. De esa reunión salió determinado para investigar el gobierno por prelados a la luz de las Escrituras. Esto resulto en convencerse y convertirse a la verdad y a la causa de los Pactantes [Covenanted]. Su deportación de su amado rebaño le siguió inmediatamente. De aquí en adelante se hallaba a la vanguardia al frente de la lucha contra la supremacía del rey sobre la Iglesia, y en contra del grupo de los prelados que mantenían al rey en su usurpación arrogante del derecho del Señor Jesús Cristo como Rey. El ministro de Cristo es el atalaya de la Iglesia. El está puesto sobre los muros de Sion para sonar la alarma de los peligros que se acercan. Se le da el cargo de ser responsable por el pueblo. Si ellos perecen por su negligencia en no advertirles de los peligros, su vida responderá por la de ellos. La predicación fiel quizás no será agradable o provechosa al ministro. Declarar todo el consejo de Dios puede involucrar al pastor en problemas, puede exigir sacrificios, puede traer dificultades, controversias, separaciones; con todo el Señor lo demanda, el pueblo lo necesita, y sin esto, no puede haber seguridad ni para el rebaño ni para el pastor. Si no hay fidelidad no puede haber poder con Dios, no puede haber consolación del Espíritu, no se puede tener la aprobación de Cristo. Aquellos que sirven como ministros de Cristo, ¿están dispuestos a sacrificar mejor el sostén ministerial, los lazos familiares, la popularidad, el aplauso (en una palabra, todo lo terrenal), que sacrificar una jota o una tilde de la verdad del Evangelio de Jesucristo?


Traducido por Joel Chairez



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