La Vida de Rev. George (Jorge) Wishart

1513-1546

Tomado de la

Biografías Escocesas

por

John Howie.

Jorge Wishart

Este caballero fue el hermano del hacendado de Pitarro, en el condado de Mearns, y fue educado en la Universidad de Cambridge, donde su diligencia y su progreso en aprendizaje útil pronto lo hicieron digno de respeto. De un deseo ardiente para promover la verdad en su propio país, regreso a su país en el verano del año 1544, y comenzó a enseñar en una escuela en el pueblo de Montrose, que mantuvo por algún tiempo con grandes elogios. Se distingue particularmente por su elocuencia única y manera agradable de comunicación. La continuación de esta narrativa informará al lector que él poseía el espíritu de profecía a un grado extraordinario, y que fue al mismo tiempo humilde, modesto, comprensivo y paciente, aún al punto de admiración. Uno de sus propios estudiantes da la siguiente descripción de él, «él era un hombre de alta estatura, de pelo negro, de barba larga, de un porte elegante, elocuente, apto para enseñar y deseoso para aprender. Comúnmente usaba un gorro francés, una bata frisa, calcetas planas negras, y bandas blancas. Frecuentemente regalaba diferentes prendas de su ropa a los pobres. En su comida era muy moderado, comía solamente dos veces al día, y ayunaba cada cuarto día; su alojamiento, cama, y otras circunstancias semejantes, correspondían a las cosas ya mencionadas». Pero como estas particulares son más de curiosidad que de instrucción, las dejaremos a un lado.

Después que dejó a Montrose, vino a Dundee, donde adquirió aún más gran fama en discursos públicos sobre la epístola a los Romanos; en tanto que el clero de la iglesia de roma comenzó a pensar seriamente sobre las consecuencias, que según ellos, inevitablemente llevaría todo ello, si se le permitiese seguir desarraigando esa estructura de superstición e idolatría, lo cual ellos con tanto trabajo habían edificado. Además sentían una repugnancia particular de la recepción que le dieron en Dundee, por lo cual de inmediato acordaron planear su ruina.

Desde el tiempo en que Patrick Hamilton sufrió, hasta este periodo, la tiranía papal reinaba por fuego y pira sin control. En el año 1539, el cardenal David Beaton tomó el puesto de su tío en la Seda de San Andrés, y anduvo diligentemente en el mismo camino en que su tío había caminado. Para mostrar su propia grandeza y para recomendarse a su superior en Roma, acusó al señor John Borthwick de herejía, cuyos bienes le fueron confiscados, y él mismo fue quemado en efigie – ya que, siendo puesto sobre aviso de su peligro, escapó del país. Después de esto, sobornó a un sacerdote para falsificar un testamento del Rey Jacobo V (quien murió por este tiempo) así declarándose con los condes de Huntly, Argyle, y Moray, como regentes del reino. Cuando se descubrió el engaño, el conde de Arran fue elegido gobernador, y el cardenal fue hecho prisionero en el castillo de Dalkeith; pero pronto halló la manera para escaparse de su encarcelamiento, y convenció al regente a romper todas sus promesas al partido que lo había elegido para ese puesto y unirse con este otro en bañar sus manos en la sangre de los santos. Como resultado, muchos que abrazaban la religión reformada en el pueblo de Perth fueron acusados ante la corte, condenados, colgados, y ahogados, otros fueron desterrados, y algunos fueron estrangulados en privado. Nos hemos desviado hasta este punto del curso de nuestra narrativa, para mostrar al lector que los vacíos entre las vidas respectivas en esta colección fueron tan notables por la persecución, como los casos particulares que son aquí puestos ante el lector.

Fue este cardenal Beaton (furioso por el éxito del señor Wishart en Dundee) que prevaleció con Robert Mill (un individuo que antes profesaba la verdad, y que había sufrido por esa causa, pero que ahora era un hombre de gran influencia en Dundee,) de dar una orden al señor Wishart de parte de la reina y del gobernador, a saber que ya no los perturbase más con sus predicaciones en Dundee. Este encargo fue ejecutado por Mill un cierto día en público, mientras que el señor Wishart terminaba su sermón. Al oírlo, mantuvo silencio por un momento con sus ojos mirando hacía el cielo, y luego volviéndolos a Mill con una mirada triste, dijo, «Dios es mi testigo que nunca me he ocupado en perturbaros, sino en vuestro bienestar. En verdad, vuestras inquietudes y perturbaciones me son más dolorosas de lo que son para vosotros. Sin embargo estoy seguro, que el rechazar la Palabra de Dios, y el expulsar a Sus mensajeros, no es la manera de libraros de inquietudes y perturbaciones, sino de tráelas sobre vosotros. Cuando me vaya, Dios os enviará mensajeros que no tendrán temor de ser quemados o ser desterrados. Con peligro de mi vida, he permanecido entre vosotros predicando la palabra de salvación; y ahora, como vosotros mismos me rechazáis, tengo que dejar que mi inocencia sea manifiesta por Dios. Si os ha de ir bien por buen tiempo, entonces no estoy siendo guiado por el Espíritu de Verdad; pero si alguna angustia inesperada os sobreviene, recordad que esta es la causa, y volveos a Dios por el arrepentimiento, pues él es misericordioso.» Habiendo pronunciado estas palabras, descendió del pulpito. El conde Mariscal y algunos otros nobles que estuvieron presentes en el sermón, le imploraron que fuera al norte con ellos; pero pidió ser disculpado, y tomo su viaje hacía el oeste del país, dónde fue recibido con gozo por muchos de ellos.

Habiendo llegado al pueblo de Ayr, comenzó a predicar el evangelio con gran libertad y fidelidad. Pero Dunbar, el arzobispo de Glasgow, habiéndosele informado de la multitud de personas que llegaban para oír sus sermones, por la instigación del cardenal Beaton fue a Ayr con el propósito de arrestarlo, habiendo primero tomado posesión de la iglesia para impedirle que predicara en ella. La noticia de esto trajo de inmediato al pueblo a Alexander, conde de Glencairn, y algunos caballeros del vecindario. Ellos se ofrecieron a poner al señor Wishart en la iglesia, pero él no consintió, diciendo, «El sermón del obispo no haría gran daño, y si que, les complacía, él caminaría a la cruz del mercado central,» lo cual hizo, y predicó con tanto éxito que muchos de sus oyentes, anteriormente enemigos de la verdad, fueron convertidos en esa ocasión. Durante el tiempo que el señor Wishart estuvo así ocupado, el arzobispo estaba arengando a algunos de sus lacayos y parásitos en la iglesia; como no tenía ningún sermón que darles, prometió estar mejor preparado contra ocasiones futuras como esta, y pronto se huyo el pueblo.

El Sr. Wishart continuó con los caballeros de Kyle después que se fue el arzobispo, y teniendo el deseo de predicar el siguiente Día del Señor, en la iglesia de Mauchline, se fue para allá con ese propósito; pero durante la noche el alguacil de Ayr había puesto una guarnición de soldados en la iglesia para mantenerlo fuera. Hugh Campbell de Kinzeancleugh con otros de la parroquia, se sintieron en gran manera ofendidos de tal impiedad, y hubieron entrado la iglesia por la fuerza, pero el Sr. Wishart no se los permitió, diciendo, «Hermanos, es la palabra de paz que os predico; en este día la sangre de ningún hombre será derramada por ello. Jesucristo es tan poderoso en los campos como lo es dentro de la iglesia; y él mismo, mientras que vivió en la carne, predicaba más bien a menudo en el desierto y sobre la orilla del mar que en el Templo de Jerusalén». Con esto, la gente fue apaciguada, y fueron con él a la orilla de un páramo en el sur al lado oeste de Mauchline donde se puso sobre un muelle, allí le predicó a una gran multitud que había acudido a él. Continúo hablándoles por más de tres horas, mientras que Dios obraba gloriosamente por medio de él, tanto que Laurence Rankin, el terrateniente de Shield, una persona muy profana, fue convertido de esta manera. Las lágrimas corrían de sus ojos, al asombro de todos los presentes, y su vida desde ese momento hasta su muerte confirmó que su profesión fue sin hipocresía. Mientras que el Sr. Wishart residió en este país a menudo predicaba con mucho éxito en la iglesia de Galston y en otros lugares. Por este tiempo y por esta parte del país, se pudo decir honestamente que, «La cosecha era grande, pero los trabajadores pocos».

Después de estar ocupado de esta manera un mes en Kyle, fue informado que la plaga había comenzado en Dundee el cuarto día después que se había ido de allí, y que aún continuaba extendiéndose con furor de tal manera que gran número de personas morían cada día. Esto lo conmovió tanto, que se determinó volver a ellos. Por consiguiente se despidió de sus amigos en el Oeste, quienes estaban llenos con tristeza por su partida. El día siguiente después de su llegada a Dundee, propuso que se notificase que iba predicar; y para ese propósito escogió como lugar la vanguardia de la puerta oriental, las personas infectadas de pie afuera y las personas sanas adentro. Su texto fue Salmo 107:20: «Envió su palabra, y los sano, Y los libró de su ruina». Con este discurso trajo tanto consuelo a la gente, que se tuvieron por felices de tener tal predicador, y le suplicaron que se quedara con ellos mientras la plaga continuara, por la cual aceptó, predicando continuamente, y asegurándose que los pobres no careciesen de sus necesidades más que los ricos; pero se expuso al contagio al hacer esto sin restricción alguna, incluso en donde era más maligna.

Durante todo este tiempo, su acérrimo adversario, el cardenal, tuvo sus ojos puestos sobre él, y sobornó un sacerdote llamado el señor John Wighton para asesinarlo. El atentado tenía que hacerse cuando Wishart bajase de su lugar de predicación, a fin de poder huir entre la multitud después de haberlo hecho. Para llevar a cabo esto, se puso al pie de las escaleras con su túnica suelta y con una daga por debajo en su mano. Cuando se acercó el Sr. Wishart, con una mirada firme le preguntó al sacerdote qué intentaba hacer; y en ese instante alargo su mano sobre la mano del sacerdote que sostenía la daga, y se la quitó. Por lo cual, confesó abiertamente su designio, de repente se levantó un tumulto, y los enfermos afuera del portal se precipitaron adentro con ímpetu, gritando que les fuese entregado el asesino; pero Wishart se interpuso, y lo defendió de la violencia de la multitud, diciéndoles que éste no le había hecho ningún daño, y que cualquiera que lo lastimara tal sería lastimado también. Así el sacerdote escapó sin algún daño.

La plaga ahora había disminuido considerablemente, el Sr. Wishart se determinó visitar el pueblo de Montrose, con el propósito de partir de allí hacia Edimburgo, para encontrarse con los caballeros del oeste. Mientras que estuvo en Montrose, administró los dos elementos del sacramento de la Santa Cena, y predicó con éxito. Aquí recibió una carta dirigida a él de su amigo íntimo el terrateniente de Kinnear, informándole que había caído bajo una enfermedad repentina, y pidiéndole que viniese a él con toda diligencia. Por lo tanto, de inmediato emprendió su viaje, acompañado por algunos amigos sinceros de Montrose, quienes por su gran afecto lo acompañaron parte del camino. No habían viajado más de un cuarto de milla, cuando de repente el Sr. Wishart se detuvo, y dirigiéndose a los que le acompañaban les dijo, «Me está prohibido por Dios que vaya en este viaje. ¿Podéis alguno de vosotros ir a tal lugar (apuntando con su dedo a un pequeño monte) y ver lo que encontráis? Pues presiento que hay un complot contra mi vida.» Por lo cual regresó al pueblo, y los que fueron al lugar señalado, encontraron sesenta jinetes listos para prenderlo. Con esto, todo el complot salió a luz; se enteraron que la carta había sido falsificada; y mientras que le contaban al Sr. Wishart lo que habían visto, respondió él, «Yo se que mi vida terminará por las manos de ese malvado hombre (refiriéndose al cardenal), pero no será de este manera».

Mientras que se acercaba el tiempo que había señalado para encontrarse con los caballeros de la región occidental en Edimburgo, emprendió ese viaje en gran desacuerdo a la voluntad y consejos de John Erskine, terrateniente de Dun. Después de partir de Montrose, la primera noche se hospedó en Invergowrie, a una distancia de dos millas de Dundee, con James Watson, un amigo fiel. Entre tanto que estaba allí, fue observado que se levantaba de su cama un poco después de media noche, y salir fuera a un jardín cercano, para que pudiera dar libertad a sus suspiros y gemidos sin ser mirado. Sin embargo al ser seguido de lejos por dos hombres, William Spalding y John Watson, para poder observar sus movimientos, lo vieron que se postró sobre la tierra, llorando y haciendo suplicaciones por casi una hora, y luego regresó a su descanso. Como ellos descansaban en el mismo apartamento con él, se aseguraron de volver antes que él; y cuando había entrado a su cuarto, le preguntaron (como si ignorasen todo lo sucedido) a dónde había ido. Pero él no les contestó, y dejaron de interrogarlo. En la mañana le preguntaron de nuevo, por que se había levantado en la noche, y cuál fue la causa de tanta tristeza (porque le habían contado todo lo que vieron que él había hecho), respondió con una semblante abatido, «Hubiera deseado que hubieseis permanecido en vuestras camas, que hubiera sido más para vuestra comodidad, pues yo estaba ocupado en algo no de poca importancia». Pero le pidieron que les diese una mayor explicación, y que les impartiese algo de consuelo, dijo él, «Os diré: Estoy muy seguro que mi s tribulaciones están por terminar, así pues orad a Dios por mi, que no me acobarde cuando la batalla crezca más». Al oír estas palabras prorrumpieron en lagrimas, diciendo, «Eso no nos es de gran consuelo». Les respondió, «Dios os enviará otro consolador después de mi. Este reino será iluminado con la luz del evangelio de Cristo, con tanta claridad como ningún reino lo ha sido desde los tiempos de los apóstoles. La Casa de Dios será edificada en él. Además no le faltara (a pesar de todo lo que los enemigos hagan en contra) la piedra del ángulo; ni esto tardará mucho, porque no habrá muchos que sufran después de mi. La gloria de Dios se manifestará, y una vez más la verdad triunfará a pesar del diablo; pero, ¡ay! si el pueblo se vuelve ingrato, las plagas y castigos que les siguieran serán aterradoras y horrendas».

Después de está predicción (que se cumplió después en una manera muy extraordinaria) prosiguió con su viaje, y llegó a Leith para el diez de diciembre, donde, desilusionado por un encuentro con los caballeros del región occidental, se apartó por algunos días. Luego que cayó a un estado de inquietud y desanimo, le preguntaron la razón por esto, él respondió, «He procurado sacar gente fuera de las tinieblas, pero ahora me escondo como uno que se avergüenza mostrarse a los hombres.» Con esto entendieron que deseaba predicar, y le dijeron que con gusto lo escucharían, pero por el peligro al que se exponía le aconsejaron que desistiera hacerlo. Les contestó, «Si vosotros y otros me oís el próximo Día del Señor, predicaré en Leite. Que Dios me provea como mejor le plazca,» y así predicó sobre la parábola del sembrador (Mateo 13). Después del sermón sus amigos le aconsejaron que se fuera de Leith, porque el Regente y el cardenal pronto llegarían a Edimburgo, y que por esa causa su situación sería peligrosa. Consintió con éste consejo, y permaneció con los terratenientes de Brunston, Longniddry, y Ormiston, por turnos.

El siguiente Día del Señor predicó en Inveresk, antes y después de la tarde, a una audiencia llena, entre los cuales estaba Sir George Douglas, quién, después del sermón, dijo públicamente, «Yo se que el Gobernador y el cardenal se enterarán que estuve en esta predicación (porque ya habían llegado a Edimburgo). Decidles, que no solo confesaré y sostendré la doctrina que he escuchado sino también aún la persona del maestro, hasta donde me alcancen mis fuerzas.» Esta franca y sincera declaración agradó mucho a toda la congregación. Durante el sermón, Wishart observó a la entrada de la iglesia dos frailes grises de pie susurrando a cada persona que entraba por la puerta. El Sr. Wishart le pidió a la gente que dieran lugar a estos hombres, porque, dijo él, «tal vez han venido para aprender.» Luego les pidió que se acercasen al frente y oyesen la palabra de verdad. Pero como continuaban molestando a la gente, los reprendió de la siguiente manera, «¡O! siervos de Satanás, y engañadores de las almas de hombres, ¿cómo es que no oiréis la verdad de Dios ni dejaréis otros oírla? Salid fuera, y tomad esto como vuestra porción, Dios muy pronto descubrirá y maldecirá vuestra hipocresía dentro de este reino; seréis hechos abominables a los hombres, y vuestros lugares y habitaciones serán desoladas».

Los siguientes dos Días del Señor predicó en Tranent. Y en todos sus sermones (después de partir de Montrose) daba a entender más o menos que su ministerio se estaba acercando a su fin. El siguiente lugar que predicó fue en Haddington, donde su congregación era muy grande al principio, pero al día siguiente muy pocos asistieron. Se creyó que se debía por la influencia del conde de Bothwell, quien por la instigación del cardenal, había prohibido a la gente asistir. Pues su autoridad era demasiado grande en esa parte del país. Por éste tiempo el Sr. Wishart recibió una carta de los caballeros del occidente, declarando que no podían asistir a la dieta (conferencia) en Edimburgo. Esto, además de recordarse cuán pocos asistieron a su predicación en Haddington, lo deprimió con exceso. Luego llamó a John Knox (quien entonces lo asistía), y le dijo que estaba fatigado del mundo, ya que percibía que los hombres se habían fatigado de Dios. Pero a pesar de la inquietud y desanimo que cargaba, subió de inmediato al pulpito, y reprocho severamente a la gente por su negligencia del evangelio. Les dijo, «Dolorosas y terribles plagas serán las que os vendrán; el fuego y la espada os consumirá; extranjeros poseerán vuestras casas, y os expulsarán de vuestras habitaciones». Estas predicciones pronto se cumplieron cuando los ingleses tomaron y se apoderaron de ese pueblo, mientras que los franceses y los escoceses lo sitiaron en el año 1548. éste fue su último sermón que predicó, en el cual (como ya había sido su costumbre hacerlo por algún tiempo) mencionó que su muerte estaba ya cerca. Cuando terminó, se despidió de sus conocidos, como si fuese para siempre. Fue a Ormiston, acompañado por los terratenientes de Brunston y Ormiston, y Sir John Sandilands, el joven de Calder. John Knox también tenía deseos de haber ido con él; pero Wishart deseaba que se quedara, diciéndole, «Por ahora uno es suficiente para un sacrificio».

Cuando llegó a Ormiston, se entabló en algo de conversación espiritual con la familia, particularmente acerca del estado feliz de los hijos de Dios; dirigió el Salmo 51 (según la versión antigua que entonces se usaba) para ser cantado; luego los encomendó a Dios. Se retiró un poco más temprano de lo ordinario para descansar. Cerca de la medianoche el conde de Bothwell sitió la casa, para que nadie escapase, luego llamo al terrateniente, declarándole su propósito de esto, y pidiéndole que no se resistiese, porque de nada le serviría. Pues el cardenal y el gobernador estaban en camino con todo su séquito; pero que si entregase al Sr. Wishart, Bothwell le prometió por su honor que ningún daño le sobrevendría. Siendo seducido con esto, y habiendo consultado con el Sr. Wishart, quien pidió que las puertas se abriesen, diciendo, «Hágase la voluntad de Dios,» el terrateniente accedió. El conde de Bothwell entró con algunos caballeros, quienes solemnemente protestaron que el Sr. Wishart no recibiría ningún daño, sino que él (Bothwell) lo llevaría a su propia casa, o que lo regresaría con seguridad de nuevo a Ormiston. Con esto se dieron las manos como un acuerdo, y el Sr. Wishart fue con él a Elphinston, donde el cardenal se hallaba. Después de esto fue llevado primero a Edimburgo, luego a la casa de Hailes, la residencia principal del conde de Bothwell en Lothian (tal vez con el pretexto de cumplir el acuerdo que había acordado con Bothwell) una vez que fue conducido a Edimburgo, donde el cardenal había reunido una junta de prelados (obispos), para reformar ciertos abusos, pero sin resultados. Buchanan dice que él fue arrestado por un grupo de jinetes, enviados por el cardenal para ese propósito, y que al principio el terrateniente de Ormiston rehusó entregarlo. Por lo cual tanto el cardenal como el regente acudieron allí, pero no pudieron prevalecer, hasta que el conde de Bothwell había sido llamado, quien logró hacerlo por adulaciones y buenas promesas, de las cuales ningunas se le cumplieron.

Wishart permaneció en Edimburgo solamente unos días, hasta que el sanguinario cardenal prevaleció con el gobernador para que entregase este fiel siervo de Jesucristo a su tiranía. Luego fue enviado a St. Andrews. Siendo aconsejado por el arzobispo de Glasgow, le hubiera puesto un juez civil para juzgarlo, si David Hamilton de Preston, un conocido del regente, no hubiera protestado contra esto, y declarado el peligro de atacar los siervos de Dios, cuyo único crimen era predicar el evangelio de Jesucristo. Este discurso (Buchanan lo relata con gran detalle) conmovió al gobernador de tal manera, que rehusó absolutamente la petición del cardenal, quien respondió con ira, «Que se lo había enviado solamente de pura cortesía sin que se viese obligado hacer esto, puesto que él (con su clero) tenían el poder suficiente para condenar legalmente al Sr. Wishart». Así fue dejado este siervo de Dios en las manos de ese soberbio e implacable tirano, entre tanto que el sector religioso de la nación reprochaba a gritos la pusilanimidad y cobardía del gobernador.

Wishart estando ahora en St. Andrews, el cardenal sin demora convocó los obispos y el clero superior para reunirse en ese lugar el 27 de febrero 1546, con el fin de determinar un asunto que él ya había decidido. El día siguiente después de esta convocación, el Sr. Wishart recibió una orden en la prisión, por parte del decano del pueblo, para responder al día siguiente por sus doctrinas herejes ante los jueces. El siguiente día el cardenal ascendió al tribunal (en la abadía de la iglesia) con un séquito de hombres armados, marchando en orden de guerra. De inmediato el Sr. Wishart fue traído de la torre del mar (donde estaba encarcelado) y mientras que estaba por entrar por la puerta de la iglesia, un hombre pobre le pidió limosnas, a quien él le dio su bolsa.

Cuando vino ante el cardenal, John Winram, el suprior, subió al pulpito por una orden, y dio un discurso sobre la naturaleza de herejía, de Mateo 13, lo cual hizo con una gran cautela, y sin embargo de tal manera que aplicaba más a los acusadores que al acusado, pues él era un amigo secreto de la verdad. Después de él subió un tal John Lauder, uno de los enemigos más despiadados de la religión, que asumió la parte del acusador del Sr. Wishart. Sacó una gran lista de cargos malignos contra el Sr. Wishart, exhibiendo en una manera prolífica los truenos de la iglesia de Roma (de hecho que aterrorizó a los espectadores ignorantes) pero que ni en lo más mínimo perturbó este manso siervo de Cristo. Fue acusado de desobedecer la autoridad del gobernador, por enseñar que el hombre no tiene libre albedrío, y por tener en poco los ayunos (todas esto cargos rechazó en absoluto); por negar que hay siete sacramentos, y que la confesión auricular, la extremaunción, y los sacramentos del altar, son sacramentos, y por negar también las oraciones a los santos; por decir que era necesario que cada supiese y entendiese el significado de su bautismo; que el papa no tiene más poder que cualquier otro hombre; que es legítimo comer carne el viernes así como el domingo; que no existe el purgatorio; y que es vano edificar iglesias costosas para la honra de Dios; también por despreciar conjuraciones, los votos de una vida soltera, las maldiciones de la Santa Iglesia, etc.

Entre tanto que Lauder leía estas acusaciones, se hallaba ahora bajo un gran sudor violento – echando espumarajos de la boca, llamando al Sr. Wishart un traidor azotacalles y demandándole respuestas. A esto el Sr. Wishart dio un discurso corto y modesto, contra lo cual gritaban juntos con gran alboroto. Percibiendo que estaban decididos de proceder contra él a la medida más extrema, apeló a un juez más imparcial y equitativo. A lo cual Lauder (repitiendo los diversos títulos del cardenal) le pregunto, «¿Si mi señor cardenal no era un juez justo?» Wishart respondió, «No lo desecho, pero deseo que la Palabra de Dios sea mi juez...» Después de unas palabras despreciativas arrojadas contra él y contra el gobernador, prosiguieron a leer los artículos en su contra por segunda vez, y a oír sus respuestas que les dio con gran cordura y discernimiento. Después de esto lo condenaron para ser quemado como un hereje, ignorando su defensa, los dictados de sus propias conciencias, y solo pensando que al matarlo hacían un buen servicio a Dios. En relación a esta resolución (pues la sentencia final no se había aún pronunciado), el Sr. Wishart se arrodilló y oró de la manera siguiente:

«¿O Dios inmortal, hasta cuando soportarás el furor de los impíos? ¿Hasta cuando ejercerán su furia contra Tus siervos que extienden Tú Palabra en este mundo, viendo que procuran ahogar y destruir Tu doctrina verdadera y Tu verdad, por la cual Te has manifestado al mundo, que se hallaba anegado en ceguera e ignorancia de Tu nombre? O Señor, sabemos de cierto que Tus verdaderos siervos tienen que sufrir, por causa de Tu nombre, tanto persecución, y aflicción, como penalidades en esta vida presente, que no es mas que una sombra, así como Tus profetas y apóstoles nos lo han mostrado; sin embargo te imploramos, o Padre misericordioso, que preserves, defiendas, y ayudes a Tu congregación, que escogiste desde antes de la fundación del mundo, y que le concedas gracia para oír Tu Palabra, y para que sean Tus verdaderos siervos en esta vida presente.»


Después de esto, el pueblo común fue sacado fuera hasta que la sentencia definitiva fuera pronunciada, - como fue muy similar a la del Sr. Hamilton, no se necesita repetir. Terminado esto, lo regresaron de nuevo al castillo por esa noche. Mientras que iba camino al castillo, dos frailes vinieron a él, pidiendo que les hiciera su confesión a ellos, lo cual rehusó, pero les pidió que trajeran al Sr. Winram, que había predicado ese día; y que habiendo llegado, después de platicar con el Sr. Wishart, le pregunto si recibiría el sacramento de la Santa Cena. El Sr. Wishart contesto, «Gustosamente lo recibiré, si es administrado según la institución de Cristo, no solo el pan pero también el vino.» Con esto, el suprior fue a los obispos, y les preguntó si permitirían que el sacramento fuese dado al prisionero. Pero el cardenal, a favor de todos, respondió, «Que no era razonable dar cualquier beneficio espiritual a un hereje obstinando y condenado por la iglesia.»

Toda esa noche el Sr. Wishart pasó en oración, y al día siguiente el capitán del castillo le dio la noticia que le habían negado el sacramento, y al mismo tiempo éste lo invito a desayunar con él; lo cual el Sr. Wishart aceptó, diciendo, «Lo haré con todo gusto, y tanto más cuanto, porque percibo que eres un buen cristiano, y un hombre que teme a Dios.» Todas las cosas estando preparadas, y la familia reunida para desayunar, el Sr. Wishart, dirigiéndose al capitán, dijo, «Te ruego, en el nombre de Dios, y por el amor que tienes por Jesucristo nuestro Salvador, de mantener silencio por un momento hasta que os haya dado una pequeña exhortación, para que pueda despedirme de vosotros.» La mesa estando cubierta y el pan puesto sobre ella, habló por un media hora, de la institución de la Santa Cena, y de la muerte y pasión de nuestro Salvador, exhortando a los que estaban presentes al amor mutual y una vida piadosa. Entonces, dando gracias, partió el pan, distribuyendo una parte a los que estaban a su alrededor quienes estaban dispuestos de comunicar [recibir el pan], rogándoles que recordasen que Cristo murió por ellos, y que comiesen este pan espiritualmente; luego, tomó la copa, pidió que recordasen que la sangre de Cristo fue derramada por ellos, y habiendo el tomado primero, la repartió a los demás. Luego, concluyendo con gracias y oración, les dijo, «que ya no comería ni bebería más en esta vida,» y se retiró a su cuarto.

Un poco tiempo después, por orden del cardenal, dos verdugos vinieron a él, y le vistieron con una bata de lino, le amarraron unas bolsas que pólvora a su alrededor, le pusieron un lazo sobre su cuello, una cadena sobre su cintura, y ataron sus manos detrás de su espalda, y así vestido lo trajeron a la hoguera, cerca del palacio del cardenal. Al lado opuesto de la hoguera pusieron cañones grandes, por si acaso alguien atentase rescatarlo. La torre cercana, la cual estaba al lado opuesto de la pira, estaba decorada con tapicerías, y cojines riquísimos puestos en las ventanas, para la comodidad del cardenal y de los prelados, mientras que observaban el triste espectáculo. Mientras que el Sr. Wishart se acercaba a la hoguera, se dice que dos mendigos vinieron para pedirle limosnas, y él les respondió, «Me faltan mis manos con que las os daba antes limosnas; sin embargo que el Señor misericordioso os supla todas vuestras necesidades, así para el alma y como para el cuerpo.» Después de esto dos frailes se acercaron, instándole a que hiciese ruegos a nuestra Señora, etc., a quienes les contestó, «Cesad, no me tentéis, os lo ruego».

Habiendo subido el patíbulo de ejecución preparado ese propósito, se dirigió hacía la gente y les declaro que «sentía mucho gozo dentro de si mismo en ofrecer su vida por el nombre de Cristo», y les dijo que no deberían hallar tropiezo por la buena palabra de Dios, por las aflicciones que había soportado, o por los tormentos que ahora veían que le tenían preparado. «Pero os ruego,» dijo él, «que améis la Palabra de Dios para vuestro salvación, y sufrid pacientemente con un corazón reposado por causa de la Palabra, lo cual es vuestro reposo eterno. Pero por el evangelio verdadero (que me ha sido dado por la gracia de Dios) padezco en este día con un corazón gozoso. Mirad y considerad mi rostro; no veréis que mi color cambie. No temo este fuego, y oró que no temáis a los que matan el cuerpo, pero que no tienen poder para matar el alma. Algunos han dicho que yo enseñaba que el alma duerme hasta el último día; pero yo se con toda certeza, y tal es mi fe, que mi alma cenará esta noche con mi Salvador.» Luego oró por sus acusadores, para que fuesen perdonados, si por ignorancia o por propósito malvado, habían forjado mentiras contra él. Después de esto, el verdugo le pidió perdón, a quien le respondió, «Acércate;» y cuando se acerco, Wishart besó su mejía, y le dijo, «He aquí, esto es una señal que te perdono, cumple con tu oficio.» Después de levantarse de sus rodillas, fue atado a la hoguera, y clamó con una gran voz, « ¡O Salvador del mundo, ten misericordia de mí Padre de los cielos, encomiendo mi espíritu en Tus manos sacrosantas! » Cuando el verdugo encendió el fuego, la pólvora atada a su cuerpo explotó. El capitán del castillo, observando que todavía estaba vivo, se acercó, y le instó a que tuviese ánimo; a lo cual el Sr. Wishart dijo, «Esta llama ha quemado mi cuerpo, pero mi espíritu no ha apagado; pero aquel [refiriéndose al cardenal], que nos mira de aquel lugar con tal orgullo, dentro de pocos días se hallará bajo el mismo [orgullo] en una manera ignominiosa aunque ahora con gran soberbia descansa en el mismo». Pero mientras que estaba así hablando, el verdugo estiró el lazo que estaba sobre su cuello al grado que ya no hablo más; y así, como otro Elías, tomó su vuelo en una carroza de fuego al cielo, y obtuvo la corona de mártir el primero de marzo 1546.

Así vivió, y así murió, este testigo fiel de Jesucristo. Él fue señalado muy tempranamente como un sacrifico a la tiranía papal cuando fue denunciado al obispo de Brechin de ser un hereje, porque enseñaba el Nuevo Testamento en griego a sus estudiantes, mientras que daba clases en Montrose. Fue llamado por él, a comparecer ante él, pero se escapo a Inglaterra, y en la universidad de Cambridge cumplió su educación, y él mismo vino a ser instructor de otros. Durante todo el tiempo que estuvo en su propio país, fue perseguido como una perdiz sobre los montes, hasta que el cardenal consiguió traerlo a la hoguera. A través de todos sus sufrimientos, su mansedumbre y paciencia fueron muy ilustres, así como lo fue esa medida extraordinaria del espíritu de profecía que poseía. Tómese en cuenta las circunstancias relacionadas con Dundee, Haddington, la reforma del papado, y la muerte del cardenal – todas estas fueron pronosticadas por él, y pronto se cumplieron.

El clero papista se regocijó de su muerte, y ensalzaron el valor del cardenal, por proceder aún en contra de la orden del gobernador; sin embargo el pueblo tuvo a Wishart ambo como profeta y mártir. También se dijo que, basándose en las razones de sus sufrimientos, que su muerte no fue nada menos que un homicidio, ya que se obtuvo autorización alguna para este proceder, mientras que clero no podía quemar a nadie sin la autorización del poder secular.

Esto agitó a Norman y John Leslie, de la familia de Rothes, William Kircaldy de Grange, James Melville de la familia de Carnbee, Meter Carmichael, y otros, a vengar la muerte del Sr. Wishart. Así, el 28 de mayo 1546, (ni tres meses después que sufrió el Sr. Wishart), asaltaron el castillo temprano de mañana, y se apoderaron o sacaron las personas hospedadas allí. Luego llegaron a la puerta del cardenal, quien para este tiempo se hallaba alarmado, y había asegurado las puertas. Pero cuando lo amenazaron que iban a derribar la puerta, la abrió (confiando en parte sobre la santidad de su oficio, y en parte de su conocimiento de algunos de ellos), clamó, «¡Yo soy un sacerdote, Yo soy un sacerdote!» Pero esto de muy poco sirvió, ya que James Melville lo había exhortado en una manera solemne de arrepentirse, y habiéndole advertido que él ahora iba vengar la muerte del Sr. Wishart, lo apuñaleó dos o tres veces, lo cual puso fin sus días miserables. Estas personas, con algunos otros que con ellos entraron, se apoderaron del castillo por casi dos años, recibiendo apoyo de Inglaterra. Ellos tenían el hijo mayor del gobernador con ellos, ya que éste había sido puesto bajo el cuidado del cardenal, y estaba en el castillo para el tiempo que había sido asaltado. El castillo finalmente fue sitiado por los franceses, y sometido cuando las vidas de todas que estaban dentro fueron aseguradas.

Entre éste y el tiempo de los sufrimientos del Sr. Walter Mill, Adam Wallace, o Fean, un hombre simple pero muy celoso, fue tomado en Winton, y lo trajeron a juicio en la iglesia de Blackfriar en Edimburgo, donde fue acusado con artículos de herejía, similarmente con esos con que otros antes de él habían sido acusados. Fue condenado y lo quemaron sobre el monte del castillo, sufriendo con gran paciencia y resolución.

Hubieron otros que condenaron antes de éste tiempo (es decir antes del sufrimiento de George Wishart –N de los T); entre los cuales fueron Robert Forrester, caballero; don Duncan Simson, sacerdote; fraile Killore, fraile Beveridge, y deán Thomas Forrest, un canon regular y vicario de Dollar, quienes todos fueron quemados en la misma hoguera juntos, sobre el monte del castillo de Edimburgo, el 28 de febrero 1538.


Traducido por: Edgar A. Ibarra Jr.

Y

Joel Chairez



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