Respuestas a Algunas Preguntas Sobre el Bautismo, la Sangre de Animales, y el Diezmo.

 

1556

John (Juan) Knox

   

El bautismo que es ahora usado en el papado no es el bautismo verdadero cual Cristo Jesús instituyó y mando de ser usado en Su iglesia; sino es una adulteración y profanación del mismo y así pues es de ser evitado por todos los hijos de Dios.

Que ha sido adulterado y así es por consiguiente profano, es evidente.  Primero, por razón que muchas cosas han sido añadidas a ello, al lado de la institución de Cristo; y todas las adiciones en la perfecta ordenanza de Dios, especialmente en Su religión, son execrables y detestables ante Él.  Segundo, las promesas de salvación en Cristo Jesús no son (en el bautismo papista) vivo y verdaderamente explicado a la gente;  la Palabra no es predicada; por seguro, eso lo que leen no es entendido.  El fin y el uso de un sacramento no es considerado, sino la gente son dirigidos de poner su confianza en una ceremonia desnuda.

Que ningúno de los hijos de Dios deberían, o pueden, con una conciencia pura, ofrecer sus hijos al bautismo papistica, una razón del Espíritu Santo (pronunciado por el apóstol Pablo) puede instruir y asegurar tales que están listos de ser obedientes en vez que contenciosos. «No querría», dice él, «que vosotros fueseis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios: no podéis ser partícipes de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios» (1Corintios 10:20-21). Si las causas por qué los sacramentos fueron instituidos son correctamente entendidas y consideradas, está razón del apóstol condena todos los que ofrecen sus hijos a una señal adulterada; por como los sacramentos, aparte de otros usos y fines, son ordenados de ser sellos de la justicia de fe, así también son una declaración de nuestra profesión ante el mundo y una aprobación de esa doctrina y religión cual es enseñado por tales por con quienes comunicamos, en recibiendo los sacramentos.

Ahora es evidente que la doctrina papistica, en el punto principal de nuestra salvación y sus religión entera, son tan contrario a la doctrina y religión verdadera de Cristo, como las tinieblas son a la luz: cual sin embargo es aprobado y permitido ante el mundo, por todos que comunican con cualquier de sus sacrilegios adulterios porque sacramentos no se pueden propiamente llamar.  Añado, cualquiera que ofrece sus hijos al bautismo papistica, los ofrece al Diablo, quien fue el autor e inventor de todas tales abominaciones.  Y así pues, cualquiera que comunica con los sacramentos papisticas, aprueba (y ante el mundo permite) cualquier doctrina y religión que estos profesan.  Sí, aún más, los que ofrecen sus hijos al bautismo papistica, no los ofrece a Dios, ni a Cristo Jesús Su Hijo, sino al diablo, el autor principal e inventor de tales abominaciones. «¿Nos bautizamos de nuevo,» algunos demandan, «que en nuestra infancia fuimos ensuciados con esa seña adultera?»  Yo contesto, «No,» porque el Espíritu de la regeneración, cual es gratuitamente dado a nosotros por Cristo Jesús nuestra toda suficiencia, nos ha purgado de ese veneno cual bebimos en los días de nuestra ceguedad.  El fuego del Espíritu Santo ha quemado cualquier cosa que recibimos de sus manos aparte de la instrucción simple de Cristo Jesús.  Condenamos como detestable y impío, y solamente aprobamos de las ordenanzas de Cristo, las invenciones vanas de todos los hombres y los rechazaos.  Y esto, ambos ante Dios y el hombre, es suficiente, sin la repetición de la seña;  y nuestro confesión plano y continuo me sirve más de que ser bautizados de nuevo.  Porque esa acción, y el recuerdo de ello, debería de repente desaparecer cuando nuestro confesión declara lo contrario, que en nuestra infancia recibimos el seña que Cristo mando, cual nuestro padres estimaron de haber sido el verdadero señal de Cristo.  Y en el mero hecho, la malicia de diablo nunca pudo de todo abolir la institución de Cristo, porque fue ministrado a nosotros «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19).  Y aún para ese tiempo, confieso, por razón de nuestra ceguera, no fue de provecho para nosotros, porque era adulterada y mezclado con los sueños y fantasías del hombre.  Confieso, que por el tiempo no fue de provecho para nosotros; pero ahora, como se ha dicho, el Espíritu de Cristo Jesús, iluminando nuestros corazones, ha purgado el mismo por la fe y hace el efecto de ese sacramento obrar en nosotros sin alguna iteración de la señal externa.

 

Aquí se que dos dudas pueden salir: Primero, que para la persona regenerada los sacramentos no son tan necesarias; Segundo, que es todo uno sea que nuestros hijos son bautizados con el bautismo papistica, o con la institución verdadera de Cristo.  El primero contestó, que ninguna persona es tan regenerada, sino que continuamente tiene necesidad de los medios cuales Cristo Jesús, la sabiduría de Su Padre eterno, ha designado de ser usado en Su iglesia: a saber, la Palabra predicada verdaderamente, y los sacramentos correctamente administrados.  Cristo ha ordenado y mandado a la Palabra y los sacramentos de ser usados en Su iglesia;  así pues no se debería la presunción atrevida del hombre de separar lo mismo.  Si la persona regenerada nunca ha recibido la señal sacramental de bautismo, esta para recibir lo mismo.   Y eso Pedro entendió  perfectamente, viendo el Espíritu Santo visiblemente descender  sobre Cornelio y su hogar (Hechos 10:44-48), cual entendió perfectamente no se pudo hacer sin el Espíritu de regeneración; y aún contiende y obtiene que ellos no debieran ser negados de ser bautizados. Y también Pablo, después de su propia conversión, y después que Cristo Jesús había prometido que era un instrumento escogido hacia Él, aún fue mandado a lavar sus pecados por medio del bautismo (Hechos 22:14-16).  De todo esto es evidente que la regeneración no exima a la persona, sino que de pronto debería ser bautizado.

 

Pero la pregunta es, ¿si una persona que fue bautizado en la iglesia de Roma debería ser bautizado de nuevo cuándo viene a conocer la verdad?  Contestó que no.  Primero, porque la institución de Cristo, como se ha dicho, no puede ser totalmente abolido por la malicia de Satanás, ni por el abuso del hombre.  Segundo, porque el Espíritu de Cristo purga y quita de nosotros todo tal veneno que recibimos de las manos de ellos, y la superstición no hace la virtud de la institución de Cristo de ser ineficaz en nosotros.  También tenemos algún respecto, que no más sea dada a la señal externa, de lo que es apropiado a ello.  Eso es, que es el sello de justicia y la señal de regeneración, pero tampoco es la causa, ni aún el efecto y el poder.  El sello en cuanto es recibido es durable, y no tiene que ser iterado, menos por la iteración y multiplicación de la señal, la oficina del Espíritu Santo, quien es de iluminar y purgar, sea atribuido a ello.

«¿Pero por la misma razón,» alguien puede replicar, «no debería la mesa del Señor ser comúnmente usado?»  Sí, pero si el significado de los dos sacramentos son profundamente considerados, veremos porque uno debe de ser usado sino una vez, y la otra varias veces; porque los santos discípulos y siervos de Cristo Jesús no se atreven de dispensar con las ordenanzas de su Señor y Salvador, sino que son humildemente sujetos al lo mismo.  Y así pues, tales que desprecian el uso de los sacramentos (de la mesa del Señor digo y también de la Palabra externa) se declaran repugnantes a la sabiduría de Dios, quien ha mandado a sus discípulos de usar esa mesa en recuerdo de Él (1 Corintios 11:26): eso es, de Su muerte,  y de los beneficios comprado para nosotros por lo mismo, hasta Su segunda venida.  Él no pone un término de perfección, lo que una persona pueda alcanzar en esta vida que no tenga necesidad de usar los sacramentos para socorro y ayuda de su enfermedad; aunque algunos hoy en día jactan de tal perfección, que ellos suponen todos tales ejercicios de pertenecer  solamente a ellos que son niños y bebes en Cristo, y no para ellos que han crecido a llegar a la perfección.  Pero como el castigo de tal orgullo y arrogancia es manifiesto en este día a la iglesia de Dios porque su perfección los ha traído a tal obstinación y ceguedad, que abiertamente blasfeman Cristo Jesús así pues será sentido por ellos, cuando tales con completa obediencia sean tan atados a la ordenación de Cristo recibirán la corona de gloria.

El bautismo es la señal de nuestra primera entrada en el hogar de Dios nuestro Padre; por cual es significado que somos recibidos en liga con Él, que somos vestidos con la justicia de Cristo, nuestros pecados y suciedad siendo lavados en Su sangre.  Ahora es evidente, que la justicia de Cristo Jesús es permanente y no puede ser manchado; que la liga de Dios es de firmeza y certeza, que más bien el pacto hecho con el sol y la luna, con el día y la noche, perezcan y cambien, que la promesa de Su misericordia hecho a Sus elegidos sean frustrado y vano.  Ahora, si la justicia de Cristo es inviolable, y la liga de Dios es constante y seguro, no es necesario que la señal (cual representa hacía mí, y en alguna manera sella en mi consciencia que soy recibido en la liga con Dios y tal vestido con la justicia de Cristo) sea frecuente que una vece recibido.  Porque la iteración de ello debería declarar, que antes fui un extranjero de Dios quien nunca había públicamente sido recibido en su hogar.

«Eso no,» dirán algunos; «sino porque no hemos desviado de Dios por iniquidad manifiesto, y nosotros, en tanto en que esta en nosotros, hemos quebrado esa liga hecha entre Dios y nosotros, y nos hemos despojado de toda la justicia de Cristo; así pues, deseamos la liga anterior de ser reparado y renovado por la iteración de la señal.»

Contestó, a reiteración de bautismo no es el medio que Dios ha apuntado para asegurar nuestras consciencias que la liga entre Dios y nosotros es permanente y seguro.  Pero su Espíritu Santo, escribiendo en nuestros corazones arrepentimiento verdadero y sin falsedad, nos guía al trono de la misericordia del Padre; y Él, en cuanto nos ha escogido en Cristo Jesús, Su único muy amado hijo, desde antes la fundación de todos los mundos fueron puestas, y en acuerdo en el tiempo que nos ha llamado y nos ha dado la señal de ser Su hijos, así nos reconoce y confesa aún de ser de Su hogar celestial.  Y para sellar lo mismo, Su misericordia eterna, más profundamente en nuestros corazones, y de declarar lo mismo ante el mundo, Él nos envía a la mesa de Su querido Hijo, Cristo Jesús nuestro Señor, quien en su Última Cena en Su vida corporal (tenido con Sus discípulos), instituyó para Su iglesia, y mando lo mismo de ser usado, en recuerdo de Él hasta Su regreso.  A la cual, cuando nos presentamos, como en nuestros corazones creemos (hablo de los hijos escogidos de Dios), así por la boca confesamos, y ante el mundo solemnemente protestamos, que somos el hogar de Dios nuestro Padres, recibidos en la liga de Su misericordia, en acuerdo al propósito de Su propio buen placito; y que nosotros, miembros del cuerpo de Cristo Jesús, fuimos vestidos con Su justicia y inocencia; y así pues ahora nos admita a Su mesa, y expresamente en Su palabra pone ante nosotros el pan de vida cual descendió del cielo, para asegurar nuestras consciencias que (nuestro defección anterior no obstante) con gozo nos recibe con el padre hizo a su hijo ingrato y pródigo, regresando a el de su condición infeliz y pobreza miserable.  Esta mesa santa, digo, tiene la sabiduría de Dios mandado de ser usado en Su iglesia, para asegurar los miembros de Su cuerpo que Si Majestad no cambia como del hombre, pero que Sus dones y llamamiento son tales, de las cuales Él no puede arrepentirse hacia Su elegidos.  Y así pues ellos no necesitan correr a la señal externa de bautismo (tales, quiero decir, que ya han sido bautizados, suponiendo que fue en el Papado), pero ellos deberían tener recurso al efecto y significación de bautismo (eso es, que de la gracia y misericordia gratuita ellos son recibidos en el hogar de Dios), y para el mejor confirmación de ellos mismos en este misterio.  Y para protestar lo mismo ante el mundo, ellos deberían presentarse, cuando se ofrece la ocasión, a la mesa del Señor, como ya se ha dicho.

 

En esto supongo que es probado, que el bautismo en cuanto es recibido es suficiente por esta vida, pero que el uso de la Mesa del Señor es necesario muchas veces: para el primero, a saber, el bautismo, es la señal de nuestro primer entrada; pero el otro es a declaración de nuestro pacto, que por Cristo Jesús somos cuidados, mantenidos, y continuados en la liga con Dios nuestro Padre.  La señal de nuestra primera entrada no necesita ser iterado, porque la liga es constante y segura, por razón de nuestra torpeza, enfermedad, y olvido debería de ser usado seguidamente.  Y, así pues, quien quiera aún objeta que, si el bautismo papistica no puede en ninguna manera sellar en nuestros corazones la liga de la misericordia de Dios, se mira como si ellos, como apostates y traidores, han declinado de Jesucristo, rehusado Su justicia, y establecido su propio.  En pocas palabras, contestó, así era todo Israel debajo de Jeroboam, y aún ninguno de los profetas de Dios requirió, de ellos que fueron circuncidados por los sacerdotes de Bethel (y por otros en esa confusión y idolatría), de ser circuncidados de nuevo; sino que solamente volver sus corazones al Dios viviente, que ellos rehusaran la idolatría, y unirse con el santuario del Dios viviente, cual era puesto en Jerusalén, como en los días de Ezequías y Josías es evidente.  No mas deberíamos iterar el bautismo, sea por quien quiera fue ministrado a nosotros en nuestra infancia; pero si Dios de Su misericordia no llama de nuestra ceguedad, Él hace nuestro bautismo, que tal corrupto que fue, disponible hacia nosotros, por el poder del Espíritu Santo.

«Pero entonces,» algunos dirán, «es igual sea que mi hijo es bautizado con la institución verdadera de Cristo o por la señal adulterada.» ¡Qué Dios nos aparte de tal ceguedad intencionada e insensata!  Porque si tal ingrato tendemos los beneficios de Dios ofrecido, nosotros y nuestra posteridad muy justamente merecemos ser depravados de lo mismo; no dudo que lo harán, quien ligeramente lo estima, que ellos no hacen diferencia ni conciencia si ellos dedican y ofrecen sus hijos a Dios o al diablo.  Ni será los datos de nuestros padres, quienes nos ofrecieron al mismo bautismo una excusa para nosotros; en acuerdo con la ceguedad de esos tiempos, ellos juzgaron y estimaron eso de ser la ordenanza perfecta y la institución de Cristo Jesús, y así pues en simplicidad, aunque en error, nos ofrecieron sus hijos a lo mismo.  Ellos no nos ofrecieron de ser circuncidados por los judíos o con el turco, sino de ser bautizados como miembros del cuerpo de Cristo.  La religión era corrupta y la señal adulterada, lo confieso.  Pero esto fue desconocido a ellos, y así pues su error y ceguedad no son imputados a nosotros, su posteridad.  ¿Pero que será de ventaja para nosotros, a quienes la luz alumbra y la verdad es tan planamente revelado, que nuestra propia conciencia tiene que dar testimonio que hacemos mal, no por ignorancia, sino por malicia; o que no nos atrevemos de confesar Cristo Jesús ante el mundo?  ¿Qué no será dicho de nosotros que, «Y esta es la condenación: porque la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Si no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado, mas ahora no tienen excusa de su pecado?» (Juan 3:19; 15:22).  Esto por seguro será dicho de nuestra confesión, si procedemos en tal desprecio de las gracias ofrecidas.  Esto, confió, será suficiente para el moderado.

 

Tocante la sangre de animales prohibido de ser comido por el apóstol (Hechos 15:29), esto no atada en este día la consciencia de los cristianos; porque fue temporal y servio solamente hasta tal tiempo que los judíos y los gentiles pudieran crecer juntos a un solo cuerpo.  Y si alguien pregunte, «¿Cómo se puede hacer esto?»  Contestó, por las palabras planos del apóstol Pablo, quien, escribiendo a los corintios, planamente afirma que las carnes ofrecidas a los ídolos (cual por el decreto de los apóstoles es prohibido, tal como es la sangre) no son de ser aborrecido, ni aún de ser abstenidos, por cual quiera otra causa, sino solamente por la conciencia de él que amoneste que tales cosas fueron ofrecidas a los ídolos. «De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por causa de la conciencia» (1 Corintios 10:25).  Y a los romanos, él protesta solemnemente, y eso por el Señor Jesús, «Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que de suyo nada hay inmundo: mas á aquel que piensa alguna cosa ser inmunda, para Él es inmunda»  (Romanos 14:14).  Y nuestro Dueño y Salvador, Cristo Jesús (el fin de la ley y el cumplimiento de todo las figuras), por seguro libra nuestras conciencias de todas las dudas, diciendo «No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre» (Mateo 15:11, 17-20),  Aquí supongo que es plano, que el precepto de abstener de la sangre, dado por el apóstol, fue temporal y no perpetua. Porque de otro modo el Espíritu Santo, hablando de la libertad de los gentiles, hubiera restriñido y hecho excepción a ello, como lo ha hecho a la fornicacíon (cual en el mismo decreto es expresado [Hechos 15:29]) y el licencioso y la comunicación sucia (cuales los gentiles no estiman como pecados chicos).

Tocante los diezmos, por la ley de Dios esto pertenecen a ningún sacerdote, porque ahora no tenemos un sacerdocio levítico.  Pero por la ley positiva, regalo, y costumbre, pertenecen a príncipes, y por su mandamiento a los hombres de la iglesia, como ellos determinen.  En su primera donación, el respecto era para otro fin de lo que es ahora observado, como su propia ley testifica.  Por primero, respecto fue dado, que tales que fueron contados distribuidores de esas cosas que fueron dado a los hombres eclesiásticos, deberían tener su sustancia razonable en lo mismo; haciendo cuenta justa de lo reto, como se tenía que ser dado a los pobres, el extranjero, la viuda, el huérfano, por quienes alivios todo tales rentas y obligaciones fueron principalmente dado a la iglesia.  Segundo, que provisión debería ser hecha para los ministros de la iglesia, que más libremente, y sin solicitud y cuidado, puedan atender sobre su vocación, cual era de enseñar y instruir el pueblo de Dios.  Y algún respecto fue dado a la reparación de iglesias; de qué ni una jota es en este día en el papado correctamente observado.  Los pobres miramos totalmente descuidado por los obispos, los prelados orgullosos, y el sucio clero, quien sobre sus propios vientres, licencia, y vanidad consumen cualquiera cosa que fue mandado de ser concedido a los pobres.  Ellos no predican sinceramente y con verdad, sino que solamente se preocupan sobre sus terrenos, rentas, prelacias pomposas y se sientan considerándolo.

 
 

Traducido por Edgar Ibarra




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